miércoles, 31 de enero de 2018

Florecillas “Díselo tú”

 
Vista exterior del monasterio de Carmelitas en Sabarís
Sucedió en Sabarís. Víctor y Asunción solían pasar unos días de vacaciones en esa localidad gallega en una casa que alquilaban durante el mes de septiembre, cercana al monasterio de las Carmelitas Descalzas, a las que visitaban con frecuencia con sus hijos. Por eso Eva, cuando sintió la llamada del Señor a la vida religiosa, no dudó en elegir ese monasterio.

Si las visitas eran frecuentes antes de tener a su hija en el monasterio, ya pueden imaginarse lo que sería de ahí en adelante. Aprovechaban sus vacaciones para asistir diariamente a la celebración de la misa conventual de las carmelitas y de vez en cuando pasaban a saludar a su hija y a la comunidad.
 
Víctor y Asunción con unos sobrinos a la entrada del monasterio
Uno de esos años, coincidió con ellos un caballero muy devoto y agradable que también asistía todos los días a la misa conventual de las carmelitas, con el que entablaron cierta amistad. Al salir se saludaban y charlaban amigablemente durante un rato.

Víctor siempre se distinguió por su agradable trato. Puso en práctica el consejo de San Pablo: “Vuestra conversación sea siempre agradable, con un poquito de sal, sabiendo cómo tratar con cada uno” (Col. 4, 6).  Algo tuvo que ver en este modo de proceder el consejo de Santa Teresa a sus hijas, que conocía perfectamente por ser carmelita descalzo seglar y haber leído sus obras en las que dice: “Todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios, procurad ser afables y entender de manera que todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. Mientras más santas, más conversables, y que, aunque sintáis mucha pena si no van sus pláticas todas como vosotras desearíais, nunca os extrañéis de ellas, si queréis aprovechar, Que esto es lo que mucho hemos de procurar: ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos” (C. 41, 7).
 
Víctor y Asunción en la iglesia del monasterio de Sabarís
Al salir de misa, tanto al saludarse como al despedirse después de una breve pero agradable charla, este caballero, al que no conocían anteriormente de nada y con el que no volvieron a encontrarse, siempre estrechaba sus manos con las de Víctor y a Asunción la daba un par de besos.

Cuando Asunción vio que esto se repetía día tras día, sintiéndose incómoda ante semejante situación, creyendo que le podía molestar a Víctor, se dirigió a él para pedirle: “Dile que no me bese”. A lo que él, riéndose y con mucha ironía la contestó: “Díselo tú, a mí no me molesta”.  
  

El caso resultaba de lo más simpático e inocente. Cuando lo recordaban, no podían menos de celebrarlo y reírse. Al contárselo a sus hijos y a sus nietos, Víctor se gloriaba de que su esposa siguiera siendo tan atractiva.

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