De nuevo, al hablar de las florecillas, nuestra protagonista es Eva, la más pequeña de sus hijos. Se encontraba en la víspera de un examen, y no es que se distinguiera por preocuparse o angustiase excesivamente por los estudios, pero cuando había exámenes de por medio, sí se lo tomaba en serio y se aplicaba a fondo, para recuperar el tiempo perdido y obtener al menos el aprobado.
Pues
uno de esos días que tocaba examen al día siguiente y quería madrugar para
tener recientes los conceptos, se encontró con que el reloj despertador, para
un día que lo necesitaba con urgencia, estaba algo averiado y no se podía fiar
de él. Lamentándose en voz alta de ese percance, llegó a escucharlo Víctor que,
para tranquilizarla le dijo: No te preocupes. ¿A qué hora
necesitas levantarte? Yo te llamo a la hora que quieras.
Muy
bien pudo decirla: trae el despertador para ver si te lo puedo arreglar para
que puedas dormir tranquila y segura de que no te fallará, pues tenía algunos
conocimientos de relojería, ya que Víctor, que era lo que llamamos “un manitas”,
en Medina del Campo, su mejor amigo, Mariano Nozal, era relojero y con él
pasaba muchos ratos charlando y ayudándole en su relojería adosada a la Iglesia
de San Miguel, propietaria del local.
Como
Eva aún no se había enterado de que su padre se pasaba la mayor parte de la
noche en oración y que se levantaba al poco tiempo de ir sus hijas a dormir, no
se fió mucho de su ofrecimiento y le dijo: “¿Si te pido que me despiertes a
las dos o a las tres de la madrugada me vas a despertar?”.
Y
Víctor, con su característica sonrisa que infundía paz y confianza, se limitó a
decirla: “Sí. Te llamo a la hora que quieras”.
Y
Víctor no falló. A la hora concertada, con la misma exactitud que un reloj, la
despertó para que pudiera preparar el examen. Seguro que esa noche no se limitó
a estar pendiente de despertarla, sino más bien de orar y pedir al Señor que
ayudara a su hija, iluminara su memoria, fuera tranquila al examen y aprobara.
Su
hija, al comprobar que su padre había cumplido fielmente con su palabra, no
pudo menos de reconocer “que el reloj fue exacto y muy barato porque no
gastaba pilas. Las pilas las recargaba él continuamente en la oración”,
dando a entender con estas palabras, que no solamente la despertó a la hora
concertada, sino también, que con sus oraciones, contribuyó a que aprobara su
examen.
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