Iglesia del Salvador de Quintanadiez de la Vega |
Sus
escritos autobiográficos comienzan dando gracias a Dios por haberle dado unos
padres tan creyentes, que de lo que más se
preocuparon desde el día de su nacimiento, fue de bautizarle y educarle en la fe.
Recordemos sus palabras:
“Los
padres que Dios me dio, tanto me
quisieron, que hijo de la Iglesia me hicieron. Esta me recibió. El bautismo me
otorgó. Aún no sabía andar y a misa en brazos me llevaban. En familia todos los
días el rosario se rezaba”.
Junto
a la gratitud a Dios por haberle dado unos padres tan creyentes, destaca en
estas palabras su gratitud a la Iglesia que le recibió en su seno y en Hijo de
Dios le convirtió.
Sus
padres, a los cuatro días de su nacimiento ya le llevaron a la Iglesia para que
recibiera el bautismo. Pero, ¿por qué esa premura de llevar a bautizar a un
niño a una Iglesia que es muy fría aún en verano, con riesgo para su salud y no
esperar por lo menos hasta mediado el mes de mayo? Porque, conscientes de que
todos nacemos con el pecado original, querían que se liberase de ese pecado
cuanto antes; pero sobre todo, porque querían que recibiera la gracia divina
que le convertía en hijo de Dios. ¿Qué más y mejor podían hacer por su hijo?
Así
nos consta por el acta de su bautismo que se conserva en el archivo de la
parroquia del Salvador, cuyo contenido dice:
“D.
Víctor Rodríguez, fue bautizado el día 16 abril de 1925. Nació el día 12 de
abril de 1925, siendo natural de Quintanadiez de la Vega, diócesis de León,
provincia de Palencia.
PADRES:
D. Daniel Rodríguez, natural de Villota del Páramo y de Dª. Margarita Martínez,
natural de Quintanadiez de la Vega.
ABUELOS
PATERNOS: D. Cecilio Rodríguez, natural de Villota del Páramo y Dª. Ramona Navarro, natural de Saldaña.
ABUELOS
MATERNOS: D. Manuel Martínez, natural de Quintanadiez de la Vega y Dª.
Venancia Herrero, natural de Bustillo de la Vega.
PADRINOS:
Quirino Relea y Priscila Díez
MINISTRO:
D. Pedro Merino.
Al
concluir el bautismo, para celebrar el acontecimiento con la alegría que se
merecía, cumpliendo con la tradición del pueblo, los padrinos comenzaron a
tirar caramelos y confites a los niños y no cesaron de hacerlo a lo largo del
trayecto hasta llegar a la casa del niño.
Y debieron ser muy generosos a juzgar por los resultados, pues hay un
refrán que los niños decían a los padrinos roñosos: “Bautizo roñoso, niño
cocoso”.
Niña con sus padres y padrinos recibiendo el bautismo |
Conseguido
el principal objetivo de convertir a Víctor en hijo de Dios, la tarea de sus
padres se centró en darle a conocer esa dignidad y a comportarse como esa dignidad requiere.
De ahí que le llevasen siempre a misa, le enseñasen las oraciones y le dieran
ejemplo de vida cristiana.
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