El retorno del hijo pródigo, Rembrandt |
La experiencia de fracaso económico que pudo sumirle en una
depresión insuperable, como sucede al común de los mortales, se convirtió para
él en acicate de conversión.
Si alucinado por sus
éxitos, se había convencido de que todo se debía a su esfuerzo e inteligencia y
centraba su interés más en aumentar las riquezas que en seguir al Señor,
creyente como era, aunque se había adaptado a una vida aburguesada y de
confort, pronto se convenció de su
equivocación.
Al derrumbarse su negocio tan rápida e inesperadamente, cayó
en la cuenta de que no se puede poner la confianza en los bienes perecederos,
ya que, como dice San Juan de la Cruz “las cosas del mundo son vanas y
engañosas, que todo se acaba y falta como agua que corre, el tiempo incierto,
la cuenta estrecha, la perdición muy fácil y la salvación muy dificultosa”
por lo que determinó poner su confianza únicamente en Dios Padre todopoderoso,
y a Él se entregó totalmente.
San Juan de la Cruz |
Fiado en el Señor, embargó los bienes que le quedaban para
satisfacer todas las deudas con sus acreedores y se trasladó con su familia a
Madrid donde, por mediación de un hermano suyo consiguió un trabajo como peón
en la fábrica Embotelladora de Pepsi Cola.
Lo que podía haberse convertido en el fracaso definitivo de
su vida, se convirtió para él en la mayor gracia que Dios le concedió en su
vida. Así lo proclamaba abiertamente cuantas veces se le presentaba ocasión.
Conversión |
El P. Juan Jesús, que conoció a Víctor siendo joven
seminarista en el colegio de los PP. Carmelitas Descalzos de Medina del Campo,
e incluso le ayudó en varias ocasiones a vacunar las gallinas de la granja que
el seminario tenía en las afueras de la población, testigo de la vida de
confort y aburguesada que llevaba Víctor en esa época, tuvo la dicha de ser su confesor
los últimos años de su vida y de comprobar el cambio radical en él realizado.
Le agradecemos el siguiente testimonio:
“Era un poco extraño y al mismo tiempo asombroso oírle
decir y proclamar, sin el menor rubor posible, pues lo soltaba abiertamente a
los demás cuando se presentaba la ocasión, que la mayor gracia que le había
hecho Dios en toda su vida, fue permitir que se arruinase económicamente, pues
así le libró totalmente de la ceguera y de la esclavitud del dinero y de los
bienes materiales, que habrían sido para él su perdición. Sirviéndole al mismo
tiempo de iluminación interior y de transformación de la mente y del corazón
para progresar espiritualmente y entregarse al cumplimiento de la voluntad de
Dios en toda su vida”.
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