“Contra la virtud de la pureza aprovechará todos los momentos, incluidos los de oración de alta contemplación, sobre todo si es sensitiva, ya que al gozarse el alma, como está unida al cuerpo, este también toma parte y su debilidad la aprovecha Satanás para inquietar al alma; por eso es mucho más provechoso el vivir a Dios en el dolor y sacrificio, donde la carne no se puede inmiscuir en el espíritu, ni siquiera Satanás”.
Para entender lo que aquí expresa Víctor sobre el peligro de sentir cosas sensuales durante la oración, sin desearlo, tenemos que acudir a su maestro San Juan de la Cruz, que enumera tres causas:
“La primera, proceden muchas veces del gusto que tiene el natural en las cosas espirituales; porque, como gusta el espíritu y sentido de aquella recreación, se mueve cada parte del hombre a deleitarse según su porción y propiedad; porque entonces el espíritu se mueve a recreación y gusto de Dios, que es la parte superior, y la sensualidad, que es la porción inferior, se mueve a gusto y deleite sensual, porque no sabe ella tener ni tomar lo otro, y toma entonces el más conjunto a sí, que es el sensual torpe. Y así, acontece que el alma está en mucha oración con Dios según el espíritu, y, por otra parte, según el sentido siente rebeliones, movimientos y actos sensuales pasivamente, no sin harta desgana suya, lo cual muchas veces acontece en la Comunión que –como en este acto de amor recibe el alma alegría y regalo, porque se le hace el Señor, pues para eso se da- la sensualidad toma también el suyo, como hemos dicho”. (Noche 1, 4, 2)