sábado, 11 de junio de 2022

Habla Víctor. Valor del sufrimiento

Orando ante la cruz uniendo los sufrimientos propios a los de Cristo.


Suplo en mi carne, lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Iglesia. Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros (Col 1, 24).

Alegría de entrar en el misterio salvífico del sufrimiento. Es esencial a la naturaleza del hombre, tan profundo como este, e inseparable de él. Con el sufrimiento el hombre entra en el camino de la Iglesia. El sufrimiento es más vasto que el producido por la enfermedad. Abarca cuerpo y espíritu.

Normal en el alma en peligro de muerte de los padres, de los propios hijos, aumentando si es único. La falta de prole, la nostalgia de la Patria, la hostilidad del ambiente, irrisión y escarnio hacia quien sufre la soledad y abandono. El no poder comprender por qué los malos prosperan y los justos sufren. La ingratitud de amigos y vecinos, y más amargo si son familiares. Se sufre más pensándolo que pasándolo.

 

A lo largo de la vida no faltan sufrimientos, desequilibrios, inquietudes. Todo hay que conquistarlo y cada conquista supone trabajo, esfuerzo, dolor. También la enfermedad, que tarde o temprano todos padecemos, es una prueba, a veces dramática, como hemos podido comprobar con motivo del covid.

 

Víctor nos recuerda la importancia del dolor citando las palabras de San Pablo: “Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por la Iglesia. Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros  (Col. 1, 24), porque el dolor nos lleva a la “alegría de entrar en el misterio salvífico del sufrimiento”.

 

Coincide plenamente con lo que nos dice la Iglesia en la Constitución dogmática Lumen gentium  nº 7: “Es necesario que todos los miembros se asemejen a Cristo hasta que Cristo quede formado en ellos (Gál. 4, 19). Por eso somos incorporados en los misterios de su vida, conformes con Él, consepultados y resucitados juntamente con Él, hasta que correinemos con Él (Flp. 3, 21; Tim. 2, 11; Ef. 2, 6 etc). Peregrinos todavía sobre la tierra, siguiendo sus huellas en el sufrimiento y en la persecución, nos unimos a sus dolores como el cuerpo a la Cabeza, padeciendo con Él, para ser con Él glorificados (Rom. 8, 17)”.





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