Pasión y muerte de Cristo, expresión suprema del valor redentivo del sufrimiento. |
El hombre se hace sujeto del sufrimiento activo y pasivo, El
cristiano profesa la bondad del Creador y el bien de las criaturas. El hombre
sufre a causa de un bien del que él no participa, del que se priva o le
excluyen. Aunque el mundo del sufrimiento existe en la dispersión, pero
contiene en sí un desafío a la comunión y solidaridad, se hace denso en
calamidades naturales, agraviado en guerras.
La certeza de que Dios es el padre que nos ama, nos ayuda a
aceptar hasta las situaciones más difíciles. Quien tiene como padre a Dios no
puede sentirse solo ni ante los “porqués” más dolorosos. Si abrimos nuestra
vida al amor de Dios, hasta las situaciones que nos resultan incomprensibles tienen
sentido.
El sufrimiento no es consecuencia de nuestros pecados, como
creían los judíos. Así lo afirma Jesús cuando al preguntarle: “Maestro,
¡quién pecó; este o sus padres para que naciera ciego?”, respondió: “ni
éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”
(Jn 9, 2-3).
El dolor forma parte de las limitaciones y del misterio de la
vida humana. Pero cuando aceptamos la voluntad de Dios, comprendemos que el
dolor tiene su significado y su valor y hasta puede convertirse en fuente de
gozo, como recuerda Jesús: “La mujer, cuando va a dar a luz al niño, ni se
acuerda del dolor, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”
(Jn. 16, 21).
Víctor nos recuerda también, cómo ante el dolor surge algo
tan hermoso como la solidaridad. Baste recordar lo sucedido ante los destrozos
del volcán en La Palma o la solidaridad que tantas naciones están mostrando
ante la guerra en Ucrania.
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