Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. |
Con la bendición de los ramos y la procesión con los ramos
por las calles de los poblados, se inicia la celebración solemne de la Semana
Santa, la más importante del año por celebrarse los momentos más transcendentales
de la vida de Jesús, pues en ellos se realizó el misterio de nuestra redención
gracias a su pasión, muerte y resurrección.
Desde niño, siendo monaguillo celebró Víctor esta fiesta con
especial alegría y devoción, impresionado por el modo plástico que se hacía
en Quintanadiez de la Vega, su pueblo natal, como les recordamos el año
anterior.
Siendo ya carmelita descalzo seglar, conocedor de los
escritos teresianos y sanjuanistas, procuró celebrar el Domingo de Ramos con el
espíritu que lo hacía su madre Santa Teresa, que el día 8 de abril de 1571,
celebrando esta Solemnidad, recibió una gracia muy especial que todos deben
conocer. Dice la Santa:
“El día de Ramos, acabando de comulgar, quedé con gran
suspensión, de manera que aun no podía pasar la Forma, y teniéndola en la boca,
verdaderamente me pareció, cando torné un poco en mí, que toda la boca se me
había henchido de sangre. Y perecíame estar también el rostro y toda yo
cubierta de ella, como que entonces acabara de derramarla el Señor. Me parece
estaba caliente, y era excesiva la suavidad que entonces sentía, y díjome el
Señor: Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te
falte mi misericordia. Yo lo derramé con muchos dolores, y gózaslo tú con gran
deleite, como ve; bien te pago el convite que me hacías ese día.
Esto dijo porque ha más de treinta años que yo comulgaba este
día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar al Señor; porque me
parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de tan gran recibimiento,
dejarle ir a comer tan lejos; y hacía yo cuenta de que se quedase conmigo –y en
harto mala posada, según ahora veo-. Y así hacía unas consideraciones bobas, y
debíalas admitir el Señor; porque esta es de las visiones que yo tengo por muy
ciertas; y así para la comunión me ha quedado aprovechamiento” (C.C 12, 1-2).
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