San Juan Apóstol y Evangelista. |
“Quien no vive en caridad, tampoco en la gracia de
Dios. El que en ella vive, permanece en Dios y no inmutará hasta la eternidad,
solamente el pecado es capaz de destruirla. Solo el que ama es capaz de creer y
esperar en Dios sin medida y condición. Sin la caridad no se tiene vida
espiritual, es el principio y raíz de todos los bienes, hemos pasado de la
muerte a la vida, por eso amamos”.
En el Catecismo de la Iglesia
Católica, al tratar del sacramento de la reconciliación, encontramos estas
palabras: Habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre
del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Co. 6, 11). Es
preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los
sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta que punto el
pecado es algo que no cabe en aquel que se ha revestido de Cristo (Ga.
3, 27). Pero el apóstol S. Juan dice también: Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros (1 Jn. 1, 8). Y el Señor
mismo nos enseñó a orar: Perdona nuestras ofensas (Lc, 11, 4), uniendo
el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros
pecados (N. 1425).
En la Primera Carta del apóstol San
Juan encontramos, casi al pie de la letra, las últimas palabras de Víctor: Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.
No amar es quedarse en la muerte, odiar al propio hermano es ser un asesino, y
sabéis que ningún asesino conserva dentro la vida eterna (1 Jn. 3, 14-15).
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