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Víctor y Asunción a los pocos años de casados. |
Siempre le oí decir que para él, primero era su mujer y
después sus hijos, pero que lo primero para él era Dios, pues Él le había dado
todo lo demás
(Teresa).
Hoy día, en que abundan los divorcios y separaciones, resulta
extraño escuchar a un marido que el amor
a su esposa sea más importante que el amor a sus hijos, pero ese amor se lo
infundió el Señor en el sacramento del matrimonio. Por eso afirma en sus
escritos: “Cuando al matrimonio llegamos, unidos en Dios quedamos. Al
aceptar los hijos que nos dabas, de gracias nos llenabas”.
Víctor, al recibir el sacramento del matrimonio, conocía muy
bien lo que el Señor respondió a los fariseos cuando, para tentarle, le
preguntaron si era lícito al marido divorciarse de su mujer: “Ya al
principio el creador los hizo varón y hembra. Y dijo: “por eso dejará el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser”.
De modo que ya no son dos, sino un solo ser; luego lo que Dios ha unido,
que no lo separe el hombre” (Mt 19, 4-5).
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Víctor y Asunción ya bastante ancianos. |
También conocía lo que dice San Pablo al comparar la unión y
el amor del hombre y la mujer en el matrimonio, nada menos que con la unión y
el amor de Cristo con la Iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla… Así deben
los maridos amar a sus mujeres. Amar a su mujer es amarse a sí mismo; y nadie
ha odiado nunca a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, como
hace el Mesías con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán
un solo ser. Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando al Mesías y
a la Iglesia; pero también vosotros, cada uno en particular, debe amar a su
mujer como a sí mismo” (Ef,
25-33).
Víctor, al recibir la gracia del sacramento del matrimonio,
amó a su esposa con todo el amor que el Señor desea, hasta identificarse con
ella, y amó a sus hijos con corazón de padre, pero tanto el amor a la esposa
como el amor a los hijos, eran insignificantes ante el amor a Dios de quien
todo procede. Por eso su amor a Dios fue siempre lo primero.