Si
el alma es fiel, el Señor la pone en oración de aridez. Puede ser por falta de
fidelidad, al abandonar mortificaciones, cometer pecados veniales, etc. En este
estado hay que volver a empezar. También puede ser causa, el cansancio,
nerviosismo, etc. ¡No abandonar!, porque lo que Dios mide es la voluntad.
Además puede ser presagio de disposición a la purificación pasiva.
La
aridez no es un grado de oración, sino una dificultad que surge en el proceso
de la persona orante cuando el Señor la quita las consolaciones que sentía en
la oración para que dé un paso adelante en su vida espiritual. No es fácil de
entender ni a la persona que la padece, ni a la mayoría de directores
espirituales, por no haber pasado ellos por esa experiencia. Esto es lo que le
llevó a San Juan de la Cruz a escribir la “Subida del Monte Carmelo” para dar
directrices a quienes pasan por ese momento de aridez que él llama “noche
oscura”. Vean lo que dice del comportamiento de muchos directores:
“Acaecerá
que lleve Dios a un alma por un altísimo camino de oscura contemplación y
sequedad, en que a ella le parece que va perdida, y que, estando así llena de
oscuridad y trabajos, aprietos y tentaciones, encuentre quien le diga, como los
consoladores de Job, o que es melancolía, o desconsuelo, o condición, o que
podrá ser alguna malicia oculta suya, y que por eso la ha dejado Dios; y así,
luego suelen juzgar que aquella alma debe de haber sido muy mala, pues tales
cosas pasan por ella” (S. Prólogo, 4).
Perseverando en oración de aridez. |
Como
Víctor hablará de este tema al tratar de las virtudes, dejamos para ese momento
una explicación más amplia del modo de proceder el Señor en esta etapa de la
vida espiritual. De momento baste recordar la experiencia del propio Víctor de
la que ya hicimos alusión al comentar sus Escritos autobiográficos en que resume
con extraordinaria precisión en qué consiste la aridez:
“Lágrimas suaves a mis ojos llegaban cuando
menos lo esperaba. El amor sensible en el alma se mostraba y grandes gozos la
llegaban. Atraído me sentía para llegarme a orar y el tiempo corto se hacía.
Pronto esto pasó y todo el amor sensible en sequedad se quedó. El orar pesado
era, negando mi pereza, doble tiempo a este menester dediqué. Dos horas
seguidas a la oración me llegaba, más parecían días que horas. Seco y pobre
allí me estaba hasta que el tiempo pasaba”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario