sábado, 20 de junio de 2020

Florecillas. Pobre hasta en palabras.

Víctor trabando en el patio de Velillas del Duque.


Me encuentro con una pérdida de memoria, que no me parezco al que he sido tantos años, ahora estoy pobre hasta en palabras. Menos mal que el Espíritu Santo habla en silencio divino y allí le escucha el alma la mayor parte sin saber escuchar. Aquí he ganado algo del cerebro, pero tengo la gracia de ir pronto (a misa) por la mañana, y si puedo por la tarde también, aunque las horas me van minando y luego me encuentro más bajo en todo. (Carta de 28 de mayo de 2004 a una religiosa agustina)

Por estas fechas, el alzheimer ya estaba bastante avanzado y le costaba recordar las cosas. Y era consciente de ello. De ahí que a sus fallos y debilidades que tanto señala en sus escritos autobiográficos como prueba de su pobreza espiritual, añada ahora la pobreza de palabras, es decir, de no poder expresarse como lo había hecho a lo largo de su vida.

 Escuchando en silencio a Dios que habla en silencio.

Lo llevó con paciencia pero le dolía, sobre todo al final de su vida al querer decir algo, a sus seres queridos y no poder hacerlo. Gesticulaba y gesticulaba para manifestarles su cariño, pero ni su nombre podía pronunciar. Pobre pues en todos los sentidos. Dios quería despojarle de todo para que su única esperanza estuviera en Él. Fue su kenosis o vacío total.

Pero a pesar de su pobreza en palabras, él seguía escuchando y experimentando las mociones del Espíritu Santo que siempre habla al corazón en silencio y en silencio debe ser oído por el alma, como muy bien señala San Juan de la Cruz, que en “Dichos de amor y luz” tiene esta sentencia: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”, palabras que, como pueden comprobar, cita casi al pie de la letra porque lo estaba experimentando en su vida.
Liberado de todo, incomunicado de todos, reducido al silencio dentro de sí mismo, así es como pudo oír a Cristo en plenitud.


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