sábado, 6 de julio de 2019

Habla Víctor. La fe en mí creció.

Víctor en la celda que ocupaba en Batuecas


Cuando de allí salí y a la sociedad llegué, buena cuenta me di de lo que allí gané. La fe en mí creció, vida nueva me hizo vivir, me llamó para orar y así el amor gustar, con suavidad y dulzura a mi alma mostró y de sí me enamoró.

Mal, muy mal lo había pasado Víctor en Batuecas. El Señor estaba haciendo la obra a su modo, no al modo que Víctor esperaba, y esto se convirtió para él en un auténtico martirio. El Señor quería que se desprendiese de todo apego a las cosas, por muy buenas que fueran. Quería que caminase en pura fe y no apegado a las cosas sensibles, y que dedicara tiempo a la oración para estar con Él a solas, sin más, no buscando la satisfacción que podía sentir.

Ir a la oración por el gusto y consuelo que el Señor solía concederle, era relativamente fácil, pero ir a Dios por sólo por Dios, aun sintiéndose rechazado por Él, era mucho más difícil. Al salir de Batuecas es cuando se dio cuenta de que su amor a Dios no había disminuido, sino que había sido purificado y por eso, en adelante, lo único que le importó fue Dios por sí mismo, no lo que le daba.

Orante en angustia pidiendo ayuda al Señor

No había entendido nada, porque en la oscuridad no se ve, y él había pasado por la noche oscura de que habla San Juan de la Cruz, pero al terminar su primera y dolorosa estancia en Batuecas y regresar a su hogar en Madrid y al trabajo en la fábrica, fue cuando cayó en la cuenta de que el Señor le había transformado y comenzó a darle gracias.

Fueron su esposa y sus hijas las primeras en darse cuenta del cambio que en Víctor se había obrado. Ninguna de ellas ha podido olvidar las estancias de Víctor en Batuecas, y por eso recuerdan con frecuencia a Batuecas por considerar que en ese lugar se produjo el encuentro más íntimo posible en esta vida de su padre con el Señor a través de las purificaciones y de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad.

Orante arrodillado, contrito y humillado

Pero también las personas cercanas se dieron cuenta de que su fe, su amor y su ilimitada confianza en el Señor habían crecido de tal forma, que no podían pasar desapercibidas. Hablaba de Dios y de su amor misericordioso con tanto ardor, entusiasmo y convencimiento, que también en ellos surgía el deseo de acercarse al Señor con su misma confianza.

Ni él mismo se podía explicar lo que allí sucedió. Pasó momentos terribles y desoladores capaces de hacerle abandonar y sin embargo salió tan fortalecido en la fe y confianza en Dios, que advirtió el cambio que Dios había obrado en él por el camino que menos esperaba. ¿Cómo pruebas tan dolorosas podían conducir a una felicidad tan admirable? Solamente Dios lo sabe.  De allí salió fortalecido en la fe, pero sobre todo en el amor, suavidad y dulzura que Dios imprime en el alma de los que le aman de corazón.

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