Víctor en la celda que ocupaba en Batuecas |
Cuando
de allí salí y a la sociedad llegué, buena cuenta me di de lo que allí gané. La
fe en mí creció, vida nueva me hizo vivir, me llamó para orar y así el amor
gustar, con suavidad y dulzura a mi alma mostró y de sí me enamoró.
Mal,
muy mal lo había pasado Víctor en Batuecas. El Señor estaba haciendo la obra a
su modo, no al modo que Víctor esperaba, y esto se convirtió para él en un auténtico
martirio. El Señor quería que se desprendiese de todo apego a las cosas, por
muy buenas que fueran. Quería que caminase en pura fe y no apegado a las cosas
sensibles, y que dedicara tiempo a la oración para estar con Él a solas, sin
más, no buscando la satisfacción que podía sentir.
Ir a la oración por el gusto y consuelo que el
Señor solía concederle, era relativamente fácil, pero ir a Dios por sólo por
Dios, aun sintiéndose rechazado por Él, era mucho más difícil. Al salir
de Batuecas es cuando se dio cuenta de que su amor a Dios no había disminuido,
sino que había sido purificado y por eso, en adelante, lo único que le importó
fue Dios por sí mismo, no lo que le daba.
Orante en angustia pidiendo ayuda al Señor |
No
había entendido nada, porque en la oscuridad no se ve, y él había pasado por la
noche oscura de que habla San Juan de la Cruz, pero al terminar su primera y
dolorosa estancia en Batuecas y regresar a su hogar en Madrid y al trabajo en
la fábrica, fue cuando cayó en la cuenta de que el Señor le había transformado
y comenzó a darle gracias.
Fueron
su esposa y sus hijas las primeras en darse cuenta del cambio que en Víctor se había
obrado. Ninguna de ellas ha podido olvidar las estancias de Víctor en Batuecas,
y por eso recuerdan con frecuencia a Batuecas por considerar que en ese lugar
se produjo el encuentro más íntimo posible en esta vida de su padre con el
Señor a través de las purificaciones y de las virtudes teologales de fe,
esperanza y caridad.
Orante arrodillado, contrito y humillado |
Pero
también las personas cercanas se dieron cuenta de que su fe, su amor y su
ilimitada confianza en el Señor habían crecido de tal forma, que no podían
pasar desapercibidas. Hablaba de Dios y de su amor misericordioso con
tanto ardor, entusiasmo y convencimiento, que también en ellos surgía el deseo
de acercarse al Señor con su misma confianza.
Ni
él mismo se podía explicar lo que allí sucedió. Pasó momentos terribles y
desoladores capaces de hacerle abandonar y sin embargo salió tan fortalecido en
la fe y confianza en Dios, que advirtió el cambio que Dios había obrado en él
por el camino que menos esperaba. ¿Cómo pruebas tan dolorosas podían conducir a
una felicidad tan admirable? Solamente Dios lo sabe. De allí salió fortalecido en la fe, pero
sobre todo en el amor, suavidad y dulzura que Dios imprime en el alma de los
que le aman de corazón.
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