sábado, 27 de julio de 2019

Habla Víctor Año tras año al desierto me llegaba.

Monasterio de San José en Las Batuecas (Salamanca)


Año tras año al desierto en mis vacaciones me llegaba, ansioso de llegar estaba, aunque bien me sabía que a sufrir iba. Allí, nada más llegar, todo cambiaba. El Espíritu Santo de la mano me tomaba y todas mis miserias, me mostraba. Tan miserable me ví, que sólo llanto de dolor tenía, que si esto no tuviera, peor lo pasara.

Hasta diecinueve veces pasó Víctor sus vacaciones en el desierto de San José de las batuecas, como refiere el P. José Vicente Rodríguez en Vida impactante de un cristiano de a pie.  Su primera visita tuvo lugar del 3 al 28 de octubre de 1967, días que la empresa Pepsi-Cola le concedió para sus vacaciones, y la última, muy breve por cierto, del 13 al 18 de agosto de 1994.

¿Por qué esa insistencia de aprovechar parte de sus vacaciones en el desierto de Las Batuecas sabiendo que iba a sufrir? ¿Era masoquista, pues a nadie le agrada que le descubran sus miserias y deficiencias, o más bien iba impulsado por el Espíritu Santo que quería purificarle de sus imperfecciones?

Víctor en una celda del monasterio de Las Batuecas.

Una vez más es San Juan de la Cruz el que nos habla de cómo procede Dios para conseguir la transformación del alma mediante purificaciones sumamente dolorosas, como las que pasó Víctor. Para darlo a entender, comienza hablando del proceso y de las etapas que tiene que pasar un tronco de madera para terminar identificándose con el fuego: Primero el fuego le seca y elimina la humedad. Luego le va poniendo negro, feo, y hasta de mal olor. Después elimina del tronco todos los elementos contrarios al fuego. Finalmente el tronco comienza a arder y poco a poco se va transformándose en fuego, hasta el punto de que se calienta y calienta; está luminoso y da luz.  El proceso ha sido duro, pero el tronco de madera se ha convertido en hermosa luz. Aplicando lo que el fuego realiza en el madero, a lo que el fuego de amor de Dios puede hacer en el alma, hace este comentario:

 San Juan de la Cruz, su gran guía y maestro

A este modo hemos de filosofar acerca de este divino fuego de amor de contemplación, que antes que una y transforme al alma en sí, primero la purga de todos sus accidentes contrarios; la hace salir afuera sus fealdades y la pone negra y oscura, y así parece peor que antes y más fea y abominable que solía; porque, como esta divina purga anda removiendo los malos y viciosos humores, que por estar ellos tan arraigados y asentados en el alma, no lo echaba ella de ver, y así no entendía que tenía en sí tanto mal, y ahora, para echarlos fuera y aniquilarlos, se los ponen al ojo, y los ve tan claramente, alumbrada por esta oscura luz de contemplación –aunque no es peor que antes, ni en sí misma ni para con Dios-, como ve en sí lo que antes no veía, le parece claro que está tal, que no sólo no está para que Dios la vea, más que está para que la aborrezca y que ya la tiene aborrecida” (2N. 22, 2).

Esto es lo que le sucedía a Víctor en Batuecas. De ahí que, a pesar de ser una experiencia sumamente dolorosa, se sintiera arrastrado por el Espíritu Santo que le llevaba para purificarle de todas sus imperfecciones y llenarle de su amor.


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