Monasterio de San José en Las Batuecas (Salamanca) |
Año
tras año al desierto en mis vacaciones me llegaba, ansioso de llegar estaba,
aunque bien me sabía que a sufrir iba. Allí, nada más llegar, todo cambiaba. El
Espíritu Santo de la mano me tomaba y todas mis miserias, me mostraba. Tan
miserable me ví, que sólo llanto de dolor tenía, que si esto no tuviera, peor
lo pasara.
Hasta
diecinueve veces pasó Víctor sus vacaciones en el desierto de San José de las
batuecas, como refiere el P. José Vicente Rodríguez en Vida impactante de un
cristiano de a pie. Su primera
visita tuvo lugar del 3 al 28 de octubre de 1967, días que la empresa
Pepsi-Cola le concedió para sus vacaciones, y la última, muy breve por cierto, del
13 al 18 de agosto de 1994.
¿Por
qué esa insistencia de aprovechar parte de sus vacaciones en el desierto de Las
Batuecas sabiendo que iba a sufrir? ¿Era masoquista, pues a nadie le agrada que
le descubran sus miserias y deficiencias, o más bien iba impulsado por el
Espíritu Santo que quería purificarle de sus imperfecciones?
Víctor en una celda del monasterio de Las Batuecas. |
Una vez más es San Juan de la Cruz el que nos habla de cómo procede Dios para conseguir la transformación del alma mediante purificaciones sumamente dolorosas, como las que pasó Víctor. Para darlo a entender, comienza hablando del proceso y de las etapas que tiene que pasar un tronco de madera para terminar identificándose con el fuego: Primero el fuego le seca y elimina la humedad. Luego le va poniendo negro, feo, y hasta de mal olor. Después elimina del tronco todos los elementos contrarios al fuego. Finalmente el tronco comienza a arder y poco a poco se va transformándose en fuego, hasta el punto de que se calienta y calienta; está luminoso y da luz. El proceso ha sido duro, pero el tronco de madera se ha convertido en hermosa luz. Aplicando lo que el fuego realiza en el madero, a lo que el fuego de amor de Dios puede hacer en el alma, hace este comentario:
San Juan de la Cruz, su gran guía y maestro |
“A
este modo hemos de filosofar acerca de este divino fuego de amor de
contemplación, que antes que una y transforme al alma en sí, primero la purga
de todos sus accidentes contrarios; la hace salir afuera sus fealdades y la
pone negra y oscura, y así parece peor que antes y más fea y abominable que
solía; porque, como esta divina purga anda removiendo los malos y viciosos
humores, que por estar ellos tan arraigados y asentados en el alma, no lo
echaba ella de ver, y así no entendía que tenía en sí tanto mal, y ahora, para
echarlos fuera y aniquilarlos, se los ponen al ojo, y los ve tan claramente,
alumbrada por esta oscura luz de contemplación –aunque no es peor que antes, ni
en sí misma ni para con Dios-, como ve en sí lo que antes no veía, le parece
claro que está tal, que no sólo no está para que Dios la vea, más que está para
que la aborrezca y que ya la tiene aborrecida” (2N. 22, 2).
Esto
es lo que le sucedía a Víctor en Batuecas. De ahí que, a pesar de ser una
experiencia sumamente dolorosa, se sintiera arrastrado por el Espíritu Santo que
le llevaba para purificarle de todas sus imperfecciones y llenarle de su amor.
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