sábado, 23 de febrero de 2019

Habla Víctor. El que me humilló…

Un corazón contrito y humillado Tú no le desechas.


El que me humilló, buenos bienes me pasó, por su causa la humildad en mí creció. Quien me hizo sufrir, la paciencia me activó. Del que mal me quería, de él bienes recibía. De todos, agradecido estoy, siempre por ellos oré y en Dios los amé.

Más adelante tendremos que volver al tema de la humildad al tratar de lo que Víctor dice de las virtudes en general y de la humildad en concreto, pues la considera esencial en el camino de la santidad.  Pero sí consideramos conveniente adelantar una frase que allí dice contraponiendo esta virtud al pecado de orgullo: “La soberbia y la humildad crecen juntas dentro de nuestro corazón, se alimentan del mismo sujeto, así que lo que des a una va en detrimento de la otra”. Es decir: a más orgullo menos humildad. A más humildad menos orgullo.

Más claro y en menos palabras no se nos puede advertir del peligro que corremos en nuestra vida espiritual, pues tanto el orgullo como la humildad crecen dentro de nosotros y por experiencia sabemos lo fácil que es proceder con orgullo y lo difícil que nos resulta aceptar las humillaciones.
 
Santa Teresa: "Humildad es andar en verdad"

Como buen hijo de Santa Teresa, conocía muy bien lo que esta Santa dice de lo grata que es a Dios esta virtud de la humildad y por qué: “Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad y me puso delante esto: que es porque Dios es Suma verdad, y la humildad es andar en verdad”.

¿Quién no conoce esta definición? Pero, ¿qué es andar en verdad? Es reconocer y vivir convencidos de, “no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entienda, anda en mentira. A quien más lo entiende agrada más a la Suma Verdad, porque anda más en ella” (6M 10, 7).

Humildad, según estas palabras de Santa Teresa que Víctor puso en práctica, es aceptarse cada uno tal como es, con sus muchas virtudes y grandes defectos, reconociendo que las virtudes y todo lo bueno que tenemos procede de Dios, mientras que las miserias y pecados son lo que nosotros aportamos.

La Virgen  María: "Aquí está la esclava del Señor".

El mejor ejemplo de humildad le tenemos en María, la esclava del Señor, como lo proclama en el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho grandes obras por Mí”. Reconoce que ha sido Dios, no ella, quien ha hecho las maravillas y que ha podido realizarlas porque al ser tan humilde, nunca hizo su voluntad, sino la del Señor.

Víctor, antes de su conversión se fiaba de su capacidad y de sus fuerzas para llevar adelante sus proyectos, pero desde el momento de su fracaso, cayó en la cuenta de que todo lo bueno que tenía, era don gratuito de Dios y aceptó las humillaciones que el Señor permitió y las aceptó con alegría.



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