Un corazón contrito y humillado Tú no le desechas. |
El
que me humilló, buenos bienes me pasó, por su causa la humildad en mí creció.
Quien me hizo sufrir, la paciencia me activó. Del que mal me quería, de él
bienes recibía. De todos, agradecido estoy, siempre por ellos oré y en Dios los
amé.
Más
adelante tendremos que volver al tema de la humildad al tratar de lo que Víctor
dice de las virtudes en general y de la humildad en concreto, pues la considera
esencial en el camino de la santidad. Pero sí consideramos conveniente adelantar una
frase que allí dice contraponiendo esta virtud al pecado de orgullo: “La
soberbia y la humildad crecen juntas dentro de nuestro corazón, se alimentan
del mismo sujeto, así que lo que des a una va en detrimento de la otra”. Es
decir: a más orgullo menos humildad. A más humildad menos orgullo.
Más
claro y en menos palabras no se nos puede advertir del peligro que corremos en
nuestra vida espiritual, pues tanto el orgullo como la humildad crecen dentro
de nosotros y por experiencia sabemos lo fácil que es proceder con orgullo y lo
difícil que nos resulta aceptar las humillaciones.
Como
buen hijo de Santa Teresa, conocía muy bien lo que esta Santa dice de lo grata
que es a Dios esta virtud de la humildad y por qué: “Una vez estaba yo
considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la
humildad y me puso delante esto: que es porque Dios es Suma verdad, y la
humildad es andar en verdad”.
¿Quién
no conoce esta definición? Pero, ¿qué es andar en verdad? Es reconocer y vivir
convencidos de, “no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser
nada; y quien esto no entienda, anda en mentira. A quien más lo entiende agrada
más a la Suma Verdad, porque anda más en ella” (6M 10, 7).
Humildad,
según estas palabras de Santa Teresa que Víctor puso en práctica, es aceptarse
cada uno tal como es, con sus muchas virtudes y grandes defectos, reconociendo
que las virtudes y todo lo bueno que tenemos procede de Dios, mientras que las
miserias y pecados son lo que nosotros aportamos.
La Virgen María: "Aquí está la esclava del Señor". |
El
mejor ejemplo de humildad le tenemos en María, la esclava del Señor, como lo
proclama en el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra
mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho
grandes obras por Mí”. Reconoce que ha sido Dios, no ella, quien ha hecho las maravillas y que ha podido realizarlas porque al ser tan humilde, nunca
hizo su voluntad, sino la del Señor.
Víctor,
antes de su conversión se fiaba de su capacidad y de sus fuerzas para llevar
adelante sus proyectos, pero desde el momento de su fracaso, cayó en la cuenta de
que todo lo bueno que tenía, era don gratuito de Dios y aceptó las
humillaciones que el Señor permitió y las aceptó con alegría.
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