miércoles, 13 de febrero de 2019

Habla Víctor. Aquel que en su Verdad me conoció.

Santa Teresita, pregonera del amor misericordioso de Dios.

Aquel que en su Verdad me conoció, con caridad me trató y todo me lo perdonó.

Unas palabras de Santa Teresita pueden servirnos de clave para entender la experiencia que Víctor manifiesta en estas palabras: “¡A mí Dios me ha dado su misericordia infinita y es a través de ella como contemplo y adoro las otras perfecciones divinas! Entonces todas me parecen radiantes de amor, incluso la justicia –y quizá más que ninguna otra- me parece revestida de amor. Qué dulce alegría pensar que el Buen Dios es justo, es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza. Por tanto, ¿de qué habré de tener miedo?” (Ms A, 83v-84r).

Aquel que en su Verdad me conoció, no es otro que Dios Padre comprensivo y misericordioso que conoce nuestras debilidades y goza ayudándonos a superarlas, el amigo que nunca nos abandona, y menos en los momentos de caída. ¡Goza perdonándonos!

Dios Padre acogiendo al hijo pródigo.

La misma Santa Teresita, contestando a un misionero que la había expuesto su temor ante el juicio de Dios por sus infidelidades le dice: “Yo espero tanto de la justicia de Dios como de su misericordia. Precisamente porque es justo, Él es compasivo y lleno de ternura, lento en castigar y rico en misericordia. En efecto, conoce nuestra fragilidad y se acuerda de que somos polvo. Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente compasión de nosotros (Sal 102, 8. 14). Hermano mío, esto es lo que pienso de la justicia del buen Dios. Mi camino es un camino completamente de confianza y de amor; no entiendo a las almas que tienen miedo de un Amigo tan tierno” (Lt 226).

Gozando del amor del Padre misericordioso.

Víctor experimentó como pocos, que sus debilidades, las faltas que cometía, no eran más que caídas ante las que, Dios Padre, lo que hacía, era curar las heridas sufridas en esas caídas, como haría todo buen padre, y en cuanto a amor de padre, ninguno se puede comparar al de Dios Padre. ¡Cómo no sentirse perdonado por Padre tan tierno y misericordioso!



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