Portada de una edición de El Secreto de María. |
Más
grave fue cuantas veces pequé. Siempre a ella acudí. De la mano me tomaba y a
su Hijo me llevaba. Él siempre me perdonaba. A seguirle me invitaba.
Son las
primeras palabras que encontramos nada más acabar de recordar los milagros o
intervenciones de la Virgen María para liberarle de la muerte temporal, y las
pone para resaltar, que si esas intervenciones de María en su vida fueron muy
importantes, mucho más sin comparación fueron las ayudas que le presto en la
vida espiritual para liberarle de la muerte del pecado y para acercarle a
Jesús.
Más
grave fue cuantas veces pequé. Se reconoce pecador. No menciona los
pecados concretos con los que ofendió al Señor que tenía muy presentes al escribir
estas palabras. Al haber experimentado lo que Jesús sufrió por culpa de sus
infidelidades y que sin embargo siempre le perdonó, consideró ese perdón como
mayor milagro que el haberle liberado de la muerte corporal.
Siempre
a Ella acudí. María estuvo siempre muy presente en la vida de Víctor
desde su tierna infancia, cuando le devolvió la vida a los dos años, hasta el
de su muerte con el escapulario de la Virgen del Carmen en su pecho. No hay
acontecimiento importante en su vida en que no haya sentido su presencia y su
ayuda. Si agradeció a María las veces que le libró de la muerte, ¿cómo no
agradecerla aún más, que le ayudara a salir del pecado?
Aparición de la Virgen a San Bernardo. |
De la mano me tomaba y a su Hijo me llevaba. Estas palabras, fruto de su experiencia espiritual, coinciden, con la doctrina de San Luis María Grignion de Monfort en “El Secreto de María”, que tenía en su biblioteca y con las palabras de San Bernardo al hablar de María como mediadora y acueducto por el que nos han de venir todas sus gracias, especialmente en las dificultades:
“Si se levantan los vientos de las
tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la
estrella, llama a María. Si eres agitado por las ondas de la soberbia, mira
a la estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o el deleite
carnal impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.
Si, turbado a la memoria de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de
tu conciencia, aterrado por el horror del juicio, comienzas a ser sumido en la
sima sin suelo de la tristeza, en el abismo de la desesperación, piensa
en María.
De su mano me tomaba y a su Hijo me llevaba. |
Él
siempre me perdonaba. A seguirle me invitaba. Víctor, en sus debilidades
y caídas, siempre acudió con confianza a María y nunca fue defraudado. Y María
siempre le acercó a Jesús, que no sólo le perdonó, sino que con cariño le
invitó a que le siguiera, y así lo hizo.
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