miércoles, 27 de junio de 2018

Testimonios Laura Rodríguez



Víctor con sus ocho nietos. Laura es la del centro en la parte baja.

Este testimonio de Laura, como el de los demás nietos que iremos mencionando, aparece en el folleto homenaje que prepararon a la abuela Asunción en su primer cumpleaños celebrado pocos meses después de la muerte de Víctor. De ahí su espontaneidad, impregnada de cariño y admiración por el abuelo.

Todos sabemos que el abuelo siempre ha centrado su vida en torno a tres valores: La familia, Dios y el amor. Lo que me parece muy significativo, es cómo esos valores eran en él tan fuertes que han sobrevivido a una enfermedad que se fue consumiendo su memoria, su capacidad para expresarse, razonar, entender... pero dejó intacto su espíritu.
En los últimos meses ya no recordaba las palabras más sencillas, cómo se llamaban sus hijos, cómo decir “tengo hambre”. “tengo frío”, “quiero ir al baño” o “quiero ir a misa”. Casi no hablaba, pero sus pocas palabras eran muy elocuentes.

Víctor con sus cuatro nietas más pequeñas. Laura es la primera de la izquierda

En una de nuestras últimas visitas, cuando vio a mi padre, se le quedó mirando y le dijo con mucha alegría: “Tú eres como yo”. Probablemente si hubiera tenido capacidad para expresar mejor lo que estaba pensando, o más bien sintiendo, habría dicho: “Te reconozco, eres familia, eres importante para mí y me alegra que hayas venido a vernos”.

Es mismo día, se pasó la tarde en silencio meditativo y cuando te acercaste cariñosa (se refiere a la abuela) a preguntarle: ¿En qué piensas? Él contestó: “Para Dios”. Eso me hizo pensar que, hasta el último momento dedicaba esos largos silencios, sentado, mirando al suelo, a rezar, de la manera en que su estado se lo permitiera y, aunque sus pensamientos, y sus palabras eran muy limitados, giraban siempre en torno a lo que para él fue lo esencial en la vida.
 
Víctor con miembros de su familia. Laura es la niña alta que aparece junto a él.

El recuerdo que personalmente más me emociona, ocurrió en una de nuestras últimas visitas. Estábamos todos en la mesa comiendo y hubo un momento de silencio en el que me miró como si de repente me hubiera reconocido y me intentaba decir algo, pero no le salían las palabras. Alzó la voz y dijo firmemente: “Te quiero mucho”. Se hizo uno de esos silencios que se producen cuando todos nos damos cuenta de que acabamos de presenciar algo especial. Guardo este recuerdo como un regalo precioso.

Los valores del abuelo, sus enseñanzas, su amor por la familia, no sólo sobrevivieron a su enfermedad, sino que permanecen en nosotros. ¡No es casual que, después de tres generaciones, su primer biznieto lleve su nombre!

No hay comentarios:

Publicar un comentario