Víctor ya enfermo con su esposa Asunción. |
Mi padre
llevaba unos diez años enfermo, con insuficiencia coronaria, pues le daban con
frecuencia taquicardias debido a los esfuerzos laborales. Por su delicado
estado de salud, debía haberse jubilado antes, pero como siempre pensaba en el
bien de su familia y no en el propio, olvidándose de sí mismo, continuó
esforzándose durante esos años para que las hijas menores pudiéramos proseguir
nuestros estudios y a mi madre, al fallecer él, no le quedase una
pensión tan ínfima, que no le fuera suficiente para poder vivir.
Cuando le
daban las taquicardias en la fábrica, teniéndole que trasladar al hospital,
como no quería que sufriese mi madre, les indicaba a los encargados que
llamasen al teléfono de un hermano carmelita, a su comunidad de Madrid. Los
hijos ni nos enterábamos de lo ocurrido, incluso cuando las
taquicardias las sufría en casa no teníamos conocimiento de ello, hasta que nos
lo comunicaba mi madre, porque él siempre permanecía con la misma
paz y serenidad, como cuando se encontraba bien. Tampoco teníamos
conocimiento de los sufrimientos que le reportaban los compañeros de trabajo a
los que alude él en sus escritos. Alguno de los que más le hizo sufrir, vino a
nuestra casa años más tarde, cuando se cerró la fábrica, a que le ayudase a
arreglar su nueva situación laboral y mi padre le acogió con toda caridad y
bondad.
Billete como el que llevaba para quien le ayudara en caso de accidente |
Cuando una persona sufre un accidente por
la calle, suele ser trasladado hasta el hospital, pero, ¿quién se ocupa de
buscarle un sacerdote? Mi padre, con toda prevención, llevaba siempre
en su bolsillo una tarjeta en la que figuraba la siguiente petición: “Soy
católico, en caso de accidente deseo un sacerdote”. Acompañaba la tarjeta
con un billete para así poder recompensar a la persona que hiciese el favor.
Él, con su ejemplo, pudo influir mucho en
mí durante los años de mi niñez. Con gusto le acompañaba a la santa misa todos
los días durante mis vacaciones de verano, pero lo que más me atraía,
era permanecer a su lado velando el Santísimo algunas horas durante la noche
del Jueves Santo. Me llamaba tanto la atención verle en silencio tan
recogido en la oración, que llegué en una ocasión a interrumpirle con una
curiosidad por mi parte: ¿A ti que te dice Jesús, papá? Él, saliendo de
su recogimiento y sonriendo me contestó: “Tú escúchalo, ya verás lo que te
dice”. Permanecía así toda la noche del Jueves Santo. En la mañana del
Viernes Santo se acostaba un poco y luego volvía a la iglesia, regresando a la
hora de comer, que consistía, en su caso, en ayunar a pan y agua, no
volviendo a tomar ningún otro alimento hasta el día siguiente.
Adoración al Santísimo como en Jueves Santo. |
Invariablemente cada Viernes Santo mi
madre le suplicaba que tomase algo caliente, lo cual siempre rehusaba, a pesar
de que llevaba años enfermo y con necesidad de cuidar su salud.
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