miércoles, 2 de mayo de 2018

Testimonios. Eva III

Víctor ya enfermo con su esposa Asunción.

Mi padre llevaba unos diez años enfermo, con insuficiencia coronaria, pues le daban con frecuencia taquicardias debido a los esfuerzos laborales. Por su delicado estado de salud, debía haberse jubilado antes, pero como siempre pensaba en el bien de su familia y no en el propio, olvidándose de sí mismo, continuó esforzándose durante esos años para que las hijas menores pudiéramos proseguir nuestros estudios y a mi madre, al fallecer él, no le quedase una pensión tan ínfima, que no le fuera suficiente para poder vivir.

Cuando le daban las taquicardias en la fábrica, teniéndole que trasladar al hospital, como no quería que sufriese mi madre, les indicaba a los encargados que llamasen al teléfono de un hermano carmelita, a su comunidad de Madrid. Los hijos ni nos enterábamos de lo ocurrido, incluso cuando las taquicardias las sufría en casa no teníamos conocimiento de ello, hasta que nos lo comunicaba mi madre, porque él siempre permanecía con la misma paz y serenidad, como cuando se encontraba bien. Tampoco teníamos conocimiento de los sufrimientos que le reportaban los compañeros de trabajo a los que alude él en sus escritos. Alguno de los que más le hizo sufrir, vino a nuestra casa años más tarde, cuando se cerró la fábrica, a que le ayudase a arreglar su nueva situación laboral y mi padre le acogió con toda caridad y bondad.


Billete como el que llevaba para quien le ayudara en caso de accidente

Cuando una persona sufre un accidente por la calle, suele ser trasladado hasta el hospital, pero, ¿quién se ocupa de buscarle un sacerdote? Mi padre, con toda prevención, llevaba siempre en su bolsillo una tarjeta en la que figuraba la siguiente petición: “Soy católico, en caso de accidente deseo un sacerdote”. Acompañaba la tarjeta con un billete para así poder recompensar a la persona que hiciese el favor.

Él, con su ejemplo, pudo influir mucho en mí durante los años de mi niñez. Con gusto le acompañaba a la santa misa todos los días durante mis vacaciones de verano, pero lo que más me atraía, era permanecer a su lado velando el Santísimo algunas horas durante la noche del Jueves Santo. Me llamaba tanto la atención verle en silencio tan recogido en la oración, que llegué en una ocasión a interrumpirle con una curiosidad por mi parte: ¿A ti que te dice Jesús, papá? Él, saliendo de su recogimiento y sonriendo me contestó: “Tú escúchalo, ya verás lo que te dice”. Permanecía así toda la noche del Jueves Santo. En la mañana del Viernes Santo se acostaba un poco y luego volvía a la iglesia, regresando a la hora de comer, que consistía, en su caso, en ayunar a pan  y agua, no volviendo a tomar ningún otro alimento hasta el día siguiente. 



Adoración al Santísimo como en Jueves Santo.
Invariablemente cada Viernes Santo mi madre le suplicaba que tomase algo caliente, lo cual siempre rehusaba, a pesar de que llevaba años enfermo y con necesidad de cuidar su salud.

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