Víctor en la Iglesia de Sabarís frente al coro de las carmelitas |
Cuando
le manifesté mi deseo de ser carmelita descalza, llevó una alegría muy grande.
A mi Comunidad le dijo, que para él era su mayor felicidad que si le estudiara
la carrera más brillante. Posteriormente, al verme feliz, y centrada en mi
vocación religiosa, me manifestó con pena, que si no hubiera muerto uno de
sus hermanos varones, que era mayor que él, su vida hubiera cambiado. Se
trataba de un hermano fallecido con motivo de la guerra civil española, el
segundo de los hermanos. El primogénito, que ya era militar antes de comenzar
la guerra siguió de militar una vez terminada la guerra, con lo cual quedó mi
padre como el mayor de los hermanos varones en su casa, teniendo que ponerse a
trabajar desde los primeros años de su adolescencia para ayudar a su padre en
las labores del campo. Ese fue el motivo por el cual no tuvo la oportunidad de
ingresar en el seminario carmelitano de Medina del Campo para ser un día
sacerdote carmelita descalzo como lo fueron dos de sus hermanos.
En
varias ocasiones, encontrándose en oración, recogido ante el Santísimo, se le
acercó alguna persona, confundiéndole con un sacerdote para pedirle que la
confesase. Así era Víctor. Un padre de familia que cumplía sus deberes como
esposo y como padre, pero con una profunda vida interior que le confundían con
un sacerdote. Un día, a la puerta de nuestro monasterio, entabló
conversación con un sacerdote que se disponía a entrar en el locutorio.
Después, el sacerdote le hizo este comentario a nuestra Madre: “Ese hombre
es un místico”.
Termino
con unas palabras, salidas de labios de un señor que coincidió en algunas
ocasiones con mi padre en la capilla de nuestro monasterio y le llamó tanto la
atención su comportamiento, que luego hizo de él este comentario: “El padre
de la hermanita (refiriéndose a mí) predica sin hablar”.
Todos
los recuerdos de mi padre que he relatado en estas páginas, son fruto de lo
vivido a su lado y también de las confidencias escuchadas durante mis primeros
años de vida religiosa en los que tuve la dicha de participar de su vida
espiritual. Fruto de ellas fue la petición de una copia de los escritos
personales que él tenía y que no deseaba que transmitiese a nadie por querer
mantenerlo en la intimidad. Tras su muerte me he animado a escribir estos
recuerdos por si pueden ayudar a alguna persona con el ejemplo de su edificante
vida.
Son
muchos más los recuerdos de tipo ya más personal que recuerdo de mi santo
padre, pero pienso que estos son suficientes para dar alguna idea de lo santo
que era mi querido padre.
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