miércoles, 16 de mayo de 2018

Testimonios. Eva VII

Víctor en la Iglesia de Sabarís frente al coro de las carmelitas


Cuando le manifesté mi deseo de ser carmelita descalza, llevó una alegría muy grande. A mi Comunidad le dijo, que para él era su mayor felicidad que si le estudiara la carrera más brillante. Posteriormente, al verme feliz, y centrada en mi vocación religiosa, me manifestó con pena, que si no hubiera muerto uno de sus hermanos varones, que era mayor que él, su vida hubiera cambiado. Se trataba de un hermano fallecido con motivo de la guerra civil española, el segundo de los hermanos. El primogénito, que ya era militar antes de comenzar la guerra siguió de militar una vez terminada la guerra, con lo cual quedó mi padre como el mayor de los hermanos varones en su casa, teniendo que ponerse a trabajar desde los primeros años de su adolescencia para ayudar a su padre en las labores del campo. Ese fue el motivo por el cual no tuvo la oportunidad de ingresar en el seminario carmelitano de Medina del Campo para ser un día sacerdote carmelita descalzo como lo fueron dos de sus hermanos.
 
Víctor y Asunción con sus 4 hijos más pequeños. Eva es la pequeñita
En varias ocasiones, encontrándose en oración, recogido ante el Santísimo, se le acercó alguna persona, confundiéndole con un sacerdote para pedirle que la confesase. Así era Víctor. Un padre de familia que cumplía sus deberes como esposo y como padre, pero con una profunda vida interior que le confundían con un sacerdote. Un día, a la puerta de nuestro monasterio, entabló conversación con un sacerdote que se disponía a entrar en el locutorio. Después, el sacerdote le hizo este comentario a nuestra Madre: “Ese hombre es un místico”.

Termino con unas palabras, salidas de labios de un señor que coincidió en algunas ocasiones con mi padre en la capilla de nuestro monasterio y le llamó tanto la atención su comportamiento, que luego hizo de él este comentario: “El padre de la hermanita (refiriéndose a mí) predica sin hablar”.
 
Víctor con su hijo José, Chelo e Ignacio en el locutorio de Sabarís.
Todos los recuerdos de mi padre que he relatado en estas páginas, son fruto de lo vivido a su lado y también de las confidencias escuchadas durante mis primeros años de vida religiosa en los que tuve la dicha de participar de su vida espiritual. Fruto de ellas fue la petición de una copia de los escritos personales que él tenía y que no deseaba que transmitiese a nadie por querer mantenerlo en la intimidad. Tras su muerte me he animado a escribir estos recuerdos por si pueden ayudar a alguna persona con el ejemplo de su edificante vida.

Son muchos más los recuerdos de tipo ya más personal que recuerdo de mi santo padre, pero pienso que estos son suficientes para dar alguna idea de lo santo que era mi querido padre.



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