Víctor apadrinando el bautismo a dos gitanos |
Cuando
se inauguró el templo parroquial del barrio donde vivíamos, mi padre comenzó a
ayudar al párroco en todas sus necesidades. Buscó bancos usados de las iglesias
que los renovaban, acudió a las madres carmelitas de la Aldehuela por si podían
proporcionarle la megafonía para el templo (encontrando respuesta satisfactoria),
le pasaba a los libros todas las partidas de bautismo y matrimonios que se iban
celebrando. Incluso aceptó, con mucho gusto, ser padrino de dos gitanos que
deseaban bautizarse. No sólo lo aceptó, sino que se le notaba lleno de
gozo por tener dos ahijados gitanos. Le pedía a mi madre alimentos para
llevárselos. Ellos se acercaron en una ocasión hasta nuestra casa, acompañados
de sus padres, para traerle un obsequio, en agradecimiento por todo lo que
hacía por ellos.
Como
el párroco estaba tan agradecido por los servicios que le prestaba mi padre,
quiso recompensármelo de alguna manera. Como suele suceder en estos casos, son
los hijos los que reciben las gratificaciones. Comenzó a darme, de vez en
cuando, propinas para que me comprase golosinas. Advirtiéndolo mi padre, me
enseñó a sacar provecho espiritual de las propinas, enseñándome a gastarlas en
encender velas al Cristo y a la Inmaculada de la parroquia por alguna intención.
Encendiendo velas a un Cristo |
Durante
mi adolescencia, queriéndole hacer algún obsequio en el día del padre, le
pregunté que desearía que le regalase. ¡Qué poco le conocía yo por aquel
tiempo! La respuesta no se hizo esperar y la petición fue la propia de un
hombre de fe profunda que tiene claro cuales son los verdaderos valores: “El
mejor regalo que me puedes hacer, es que vayas a confesarte”. En aquel día,
su deseo era muy costoso para mí, porque sólo se encontraba disponible para
confesar el párroco, con el cual no iba nunca, por tener mucho trato con él. No
obstante, como no quería defraudarle, así lo hice. Al salir del confesionario
fui a manifestarle que ya había recibido el sacramento. En agradecimiento a
mi regalo me dio un beso con tanta ternura, que aún hoy lo recuerdo.
Parecía como si le hubiera hecho el mejor regalo del mundo.
P. Valentín con la hoy Santa Maravillas, restauradores de Batuecas |
Una
parte muy importante de su vida espiritual la constituyen los días
transcurridos en el santo desierto de Las Batuecas. Hasta ese santo lugar,
situado en los límites de las provincias de Salamanca y Cáceres, se acercaba
desde Madrid todos los años durante sus vacaciones anuales.
Él
deseaba permanecer todo el mes, pero su confesor, el P. Valentín, le indicó que
debía dividir las vacaciones: 15 días en el santo desierto y otros 15 con la
familia. Sentía mucha atracción hacia ese santo lugar por las
vivencias espirituales que había experimentado en él, aunque sabía que iba a
sufrir. Después, a su regreso, percibía el fruto de los 15 días pasados en
soledad y trato íntimo con Dios.
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