Todos
los domingos, muy de madrugada, durante los años que fue elegido Hermano Mayor
de la Congregación de San Felipe Neri a la que pertenecía, marchaba hacia el
piso que los hermanos tienen en Sainz de Baranda, para organizar todo antes de
que llegase el resto de los Hermanos. Las elecciones de Hermano Mayor eran
anuales. El domingo anterior a la fiesta de San Felipe Neri. Año tras año,
cuando llegaba esa fecha, les indicaba que no le votasen, alegando su falta de
salud, pero ellos no se lo tenían en cuenta y es así que fue elegido durante
seis años consecutivos año tras año.
Cómo
él no deseaba ser Hermano Mayor, puso a un Niño Jesús que tenían sentado en
una silla muy linda para que ocupase Él ese puesto, imitando a Santa Teresa
cuando la nombraron priora de la Encarnación, que colocó a la Santísima Virgen
de priora.
Este
cargo le obligaba a atender a los Hermanos de la Congregación que le llamaban
por teléfono, en algunas ocasiones, casi todos los días, coincidiendo casi
siempre con el corto descanso nocturno que daba a su enfermo cuerpo,
conversaciones que la mayoría de las veces se hacían interminables y que él
soportaba pacientemente, atendiéndoles con bondad.
En
esta Congregación tenían adoración nocturna y también se daban disciplina.
Mi padre, además, usaba el cilicio, hasta que se puso enfermo del corazón y mi
madre se le escondió. En Batuecas también deseaba darse disciplina con todos,
pero el P. Tarsicio se lo impidió alegando que ya hacía demasiado.
Su
director espiritual, al ver menguada su salud, le indicó que no debía seguir
yendo a visitar a los enfermos, pues le afectaba mucho el olor de los
desinfectantes que usan en los hospitales porque le quitaban el respiro, además
de la bronquitis crónica que padecía, unida a la insuficiencia coronaria que le
motivaba mucho decaimiento.
Víctor visitaba y atendía a los enfermos |
Como
a él le atraía tanto este apostolado y ya tenía por experiencia que cuando se
encontraba mal e iba a misa, al llegar el momento de comulgar, su salud se
fortalecía, quiso hacer la prueba de asistir a la santa misa, justo una hora
antes de la visita a los enfermos. Pero llegó la hora de la comunión y no
sintió la acostumbrada mejoría, sino que seguía decaído. Entonces comprendió
que lo que Dios quería era que obedeciese a su confesor y así lo hizo.
Este
hecho de que al comulgar mejoraba, lo conocía bien mi madre. Por
eso, cuando en la santa misa le veía sentarse porque le faltaba la vida, e
incluso a veces no podía acercarse a comulgar, teniendo que bajar el sacerdote
hasta el banco para dársela, ella estaba esperando que llegara el momento de la
comunión para verle mejor, más aliviado.
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