P. Valentín de San José con capa blanca. |
Como
por la noche los frailes interrumpían el sueño para acudir al coro al rezo de
Las Horas (Maitines), observó que el P. Valentín se quedaba orando mientras
los otros frailes iban a descansar. De su ejemplo aprendió a permanecer
por las noches orando. Aunque su director espiritual en Madrid se lo
permitió, le obligó a recuperarse con una siesta de dos horas. Pero, ¿cómo
podría dormir a esas horas, viviendo tantas personas en un piso tan pequeño,
con los inevitables ruidos, incluido el de la TV? Gracias a mi madre. Ella
siempre estuvo a su lado ayudando y apoyando su vida de oración, por lo cual se
encargaba todos los días de decirnos que no hiciésemos ruido. Por la noche
siempre se acostaba la última. Así, era como el centinela que vigilaba nuestro
sueño para dar paso a las vigilias nocturnas de mi padre.
Vagabundo como el que Víctor quería que durmiese en su casa |
Mi
madre nunca se quejó por tener que quedar al cargo de sus hijos mientras se
encontraba mi padre en Batuecas, ni por las horas diarias que permanecía en la
Iglesia. También fue muy generosa con el número de hijos, como deseaba mi
padre, que había dejado a su primera novia porque no deseaba tener más que dos
hijos. Lo que no secundó, fue el deseo que tenía mi padre de acoger en casa
a un vagabundo que dormía en la calle por miedo a que transmitiera piojos a sus
hijos. En cierta ocasión me dijo que le hubiera gustado ser un pobre
vagabundo e ir pidiendo de comer.
A
su regreso de Batuecas, un año, mi padre traía un corte de pelo muy singular.
Se lo había cortado el P. Tarsicio, peluquero del santo desierto. Mi madre, al
verle, quedó espantada y le rogó que no volviera a dejarse en manos de aquel
fraile, a lo cual mi padre obedeció.
Víctor con su nieta Sara con gorro para protegerse del frío |
En
otra época, en la que aún no se había puesto de moda el cortarse el pelo al
cero, se lo pidió así al peluquero. El peluquero no se atrevió a tanto y se lo
cortó al dos y aún así se reían de él por la calle al verle con semejante corte
de pelo. Lo mismo sucedía cuando llevaba en invierno un gorro para protegerse
del frío, que parecía un aviador. Él iba sumergido en Dios y que pensaran de
él lo que quisieran.
Los
ayunos de Batuecas, propiamente se prolongaban en su vida ordinaria, pues sólo
hacía una comida un poco más fuerte a mediodía, que consistía casi siempre en
verduras y pescado. El desayuno y la cena eran muy frugales, creíamos que comía
siempre así y sin nada de sal, por cuidar su salud, pero, según me dijo
confidencialmente, lo hacía por mortificación.
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