miércoles, 9 de mayo de 2018

Testimonios. Eva V

P. Valentín de San José con capa blanca.


 Aunque se trataba de un seglar, no permanecía esos días en la hospedería, sino dentro del monasterio participando de los actos de comunidad, incluso vestía el hábito de carmelita, con su capa blanca, incluida. Ayunaba como los religiosos y se ocupaba de los trabajos que le encomendaban.

Como por la noche los frailes interrumpían el sueño para acudir al coro al rezo de Las Horas (Maitines), observó que el P. Valentín se quedaba orando mientras los otros frailes iban a descansar. De su ejemplo aprendió a permanecer por las noches orando. Aunque su director espiritual en Madrid se lo permitió, le obligó a recuperarse con una siesta de dos horas. Pero, ¿cómo podría dormir a esas horas, viviendo tantas personas en un piso tan pequeño, con los inevitables ruidos, incluido el de la TV? Gracias a mi madre. Ella siempre estuvo a su lado ayudando y apoyando su vida de oración, por lo cual se encargaba todos los días de decirnos que no hiciésemos ruido. Por la noche siempre se acostaba la última. Así, era como el centinela que vigilaba nuestro sueño para dar paso a las vigilias nocturnas de mi padre.

Vagabundo como el que Víctor quería que durmiese en su casa

Mi madre nunca se quejó por tener que quedar al cargo de sus hijos mientras se encontraba mi padre en Batuecas, ni por las horas diarias que permanecía en la Iglesia. También fue muy generosa con el número de hijos, como deseaba mi padre, que había dejado a su primera novia porque no deseaba tener más que dos hijos. Lo que no secundó, fue el deseo que tenía mi padre de acoger en casa a un vagabundo que dormía en la calle por miedo a que transmitiera piojos a sus hijos. En cierta ocasión me dijo que le hubiera gustado ser un pobre vagabundo e ir pidiendo de comer.

A su regreso de Batuecas, un año, mi padre traía un corte de pelo muy singular. Se lo había cortado el P. Tarsicio, peluquero del santo desierto. Mi madre, al verle, quedó espantada y le rogó que no volviera a dejarse en manos de aquel fraile, a lo cual mi padre obedeció.

Víctor con su nieta Sara con gorro para protegerse del frío

En otra época, en la que aún no se había puesto de moda el cortarse el pelo al cero, se lo pidió así al peluquero. El peluquero no se atrevió a tanto y se lo cortó al dos y aún así se reían de él por la calle al verle con semejante corte de pelo. Lo mismo sucedía cuando llevaba en invierno un gorro para protegerse del frío, que parecía un aviador. Él iba sumergido en Dios y que pensaran de él lo que quisieran.
Los ayunos de Batuecas, propiamente se prolongaban en su vida ordinaria, pues sólo hacía una comida un poco más fuerte a mediodía, que consistía casi siempre en verduras y pescado. El desayuno y la cena eran muy frugales, creíamos que comía siempre así y sin nada de sal, por cuidar su salud, pero, según me dijo confidencialmente, lo hacía por mortificación.

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