Víctor pocos meses antes de fallecer con su hijo Martín |
Se
trata de unas palabras que escribió para el homenaje que hijos y nietos
organizaron para celebrar el primer cumpleaños de Asunción después del
fallecimiento de Víctor. ¡Vaya homenaje más espontáneo y hermoso!
Creo
que esta foto es bastante reciente; el abuelo debía tener 86 años y yo 58.
Cuando la veo, no sé por qué viene a mi memoria el recuerdo de su padre, mi
abuelo Daniel, quizás porque yo fui la última persona que le vio (al abuelo
Daniel) con vida.
Todos
me dicen que soy el que más me parezco a mi padre, sin embargo, yo
miro esta foto y no lo veo así: yo tengo el pelo mucho más blanco y creo que
parezco mayor que cuando mi padre tenía 58 años. Sin duda he heredado muchas
cosas de mi padre, tanto en el aspecto físico como en otras peculiaridades; al
fin y al cabo, todos somos hijos de nuestros padres y cada uno tenemos algún
aspecto del carácter físico de nuestros progenitores.
Recuerdo
muchas veces a mi padre en Medina en los últimos tiempos, especialmente me
acuerdo de un día, después de comer. Yo estaba leyendo un periódico en la mesa
del salón y mi padre estaba sentado en el mismo sillón de la foto y cada vez
que yo le miraba, él siempre estaba mirándome, sonriendo: Se pasó así toda la
tarde. Sabía que era alguien de su familia, pero no me identificaba, sin
embargo, aunque había otras personas en casa, sólo a mí me miraba.
El
sábado pasado volvíamos de Velillas Tere, Bego y yo, y alguna vez, hablando con
Tere –que estaba en la parte posterior del coche- yo miraba por el retrovisor y
me parecía que Tere, en ese instante, tenía una sonrisa idéntica a la que
aquel día tenía mi padre.
Como
decía antes, en esta etapa recuerdo a mi padre en muchas ocasiones y en
diversos sitios, tanto en mi infancia, cuando yo despachaba en la tienda de
Madrid, como cuando estuve interno en los frailes o cuando fuimos de vacaciones
a Cangas de Morrazo. Recuerdo un día en el que, tras de desayunar, como
hacíamos siempre, fuimos a la playa y cual fue mi sorpresa que allí estaba
bañándose con mi padre (como decíamos, “en lo hondo”) el tío José.
Cuando salieron juntos del agua, pregunté al
tío. ¿Cómo has venido hasta aquí? Él respondió: nadando. Y yo dije: ¡guaaau! Y
le creí a ciegas. Mi padre se reía; y allí mismo vino un pescador
vendiendo centollos y mi padre compró “centollas”. Lo recuerdo perfectamente,
mi padre decía al señor: si son centollas, las compro; yo nunca había visto
esos bichos. En esa época, en Galicia, me parece que mi padre estaba feliz,
disfrutaba de la playa, de su familia, del tío José y de las amigas del tío,
que eran de lo más moderno y que, a veces, las recuerdo cuando veo películas
españolas o italianas de principios de los años 60.
Como
es lógico de anécdotas familiares todos, especialmente los talluditos, podemos
escribir un libro, pero esta sería otra historia. Basten las anteriores para
recordar esta foto hecha en el salón de la casa de Medina.
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