miércoles, 11 de abril de 2018

Testimonios, Martín Rodríguez

Víctor pocos meses antes de fallecer con su hijo Martín


Se trata de unas palabras que escribió para el homenaje que hijos y nietos organizaron para celebrar el primer cumpleaños de Asunción después del fallecimiento de Víctor. ¡Vaya homenaje más espontáneo y hermoso!

Creo que esta foto es bastante reciente; el abuelo debía tener 86 años y yo 58. Cuando la veo, no sé por qué viene a mi memoria el recuerdo de su padre, mi abuelo Daniel, quizás porque yo fui la última persona que le vio (al abuelo Daniel) con vida.

Todos me dicen que soy el que más me parezco a mi padre, sin embargo, yo miro esta foto y no lo veo así: yo tengo el pelo mucho más blanco y creo que parezco mayor que cuando mi padre tenía 58 años. Sin duda he heredado muchas cosas de mi padre, tanto en el aspecto físico como en otras peculiaridades; al fin y al cabo, todos somos hijos de nuestros padres y cada uno tenemos algún aspecto del carácter físico de nuestros progenitores.

Recuerdo muchas veces a mi padre en Medina en los últimos tiempos, especialmente me acuerdo de un día, después de comer. Yo estaba leyendo un periódico en la mesa del salón y mi padre estaba sentado en el mismo sillón de la foto y cada vez que yo le miraba, él siempre estaba mirándome, sonriendo: Se pasó así toda la tarde. Sabía que era alguien de su familia, pero no me identificaba, sin embargo, aunque había otras personas en casa, sólo a mí me miraba.

El sábado pasado volvíamos de Velillas Tere, Bego y yo, y alguna vez, hablando con Tere –que estaba en la parte posterior del coche- yo miraba por el retrovisor y me parecía que Tere, en ese instante, tenía una sonrisa idéntica a la que aquel día tenía mi padre.

Como decía antes, en esta etapa recuerdo a mi padre en muchas ocasiones y en diversos sitios, tanto en mi infancia, cuando yo despachaba en la tienda de Madrid, como cuando estuve interno en los frailes o cuando fuimos de vacaciones a Cangas de Morrazo. Recuerdo un día en el que, tras de desayunar, como hacíamos siempre, fuimos a la playa y cual fue mi sorpresa que allí estaba bañándose con mi padre (como decíamos, “en lo hondo”) el tío José.

 Cuando salieron juntos del agua, pregunté al tío. ¿Cómo has venido hasta aquí? Él respondió: nadando. Y yo dije: ¡guaaau! Y le creí a ciegas. Mi padre se reía; y allí mismo vino un pescador vendiendo centollos y mi padre compró “centollas”. Lo recuerdo perfectamente, mi padre decía al señor: si son centollas, las compro; yo nunca había visto esos bichos. En esa época, en Galicia, me parece que mi padre estaba feliz, disfrutaba de la playa, de su familia, del tío José y de las amigas del tío, que eran de lo más moderno y que, a veces, las recuerdo cuando veo películas españolas o italianas de principios de los años 60.

Como es lógico de anécdotas familiares todos, especialmente los talluditos, podemos escribir un libro, pero esta sería otra historia. Basten las anteriores para recordar esta foto hecha en el salón de la casa de Medina.

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