miércoles, 25 de abril de 2018

Testimonios, Eva María I

Eva María (la joven sentada en el suelo) con sus padres y algunos hermanos y sobrinos


Es la hija más pequeña de la familia. Es religiosa Carmelita Descalza en la comunidad de Sabarís (Pontevedra). Nos ofrece un precioso testimonio.

Víctor Rodríguez, mi santo padre”. Creo que nunca podré agradecer lo suficiente el haber tenido un padre tan santo. A él, sin duda alguna, le debo mi vocación y la vida de fe que me trasmitió, junto con mi madre, con su profunda e intensa vida cristiana.

Cuando mi madre supo que aumentaba la familia con el próximo nacimiento, ella, preocupada, le manifestó a mi padre: ¡Otro hijo más! ¿Dónde le vamos a meter? Mi madre siempre fue muy generosa, no quejándose nunca de tener muchos hijos. De hecho me manifestó que le hubiera gustado llegar hasta la docena. No obstante, al vivir en un piso muy pequeño, contando ya con seis hijos (fuimos 10, pero tres de ellos murieron al poco de nacer) la llegada de la pequeña, no dejaba de ser un problema. Mi padre con su paz habitual, enseguida la tranquilizó. “No te preocupes, de seguro que tendremos más sitio donde ponerla que lo tuvo el Niño Jesús”. Respuesta propia de un hombre de fe.

Oratorio del Caballero de Gracia donde Víctor acudía a confesarse

Siempre he visto a mi padre como un hombre de continua oración, aunque yo no supiese comprenderlo ni valorarlo en mi niñez y adolescencia. Todos los días asistía a la santa misa. Incluso oyendo en muchísimas ocasiones dos misas diarias. Comulgaba, iba con frecuencia a confesarse al centro de Madrid. En el Oratorio de Caballero de Gracia tenía su director espiritual y en Batuecas lo era el P. Valentín. Durante las estancias en este santo desierto, cuando el P. Valentín se encontraba ausente, se dirigía con el P. Efrén María.

A diario pasaba muchas horas en la iglesia parroquial, compaginando esas horas con su jornada laboral, que era cada semana de diferente turno: mañana, tarde o noche. Fuera cualquiera su turno, él no dejaba de asistir a la santa misa, buscando otra iglesia si no podía asistir a la parroquia por su horario de trabajo. En casa también continuaba orando, incluso rezaba Laudes y Vísperas en un breviario que tenía deteriorado por el uso.

El P. Valentín con la hoy Santa Maravillas visitando terrenos en Duruelo

Recuerdo la primera vez que encontré a mi padre orando a altas horas de la madrugada. Como cosa inusual en mí, tuve que levantarme aquella noche al baño y al verle en el salón, le pregunté que hacía allí a aquellas horas. Él, sonriente, me contestó sencillamente. “Estoy orando”. Sólo en dos ocasiones tuve que levantarme y le encontré allí. Conviviendo con él, no sabía que acostumbraba a pasar todas las noches en oración. Es que él se acostaba muy pronto, sobre las 9,30 de la noche y se levantaba después de las 12 de la noche, en cuanto notaba que todos estábamos ya acostados y en silencio y se ponía a orar, permaneciendo orando hasta la hora de tener que acudir a la fábrica.


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