Autobús urbano en que ya se había eliminado al cobrador |
A
estas alturas que ya vamos conociendo a Víctor, tanto en su vida de oración y
de ascesis como de su encanto como persona y del trato afable con todos,
también nos vamos enterando de que era bastante despistado.
Por
el testimonio de su hija Begoña sabemos, que sus despistes cuando caminaba por
las calles madrileñas, eran muy notorios, porque realmente su pensamiento
estaba puesto en Dios. De hecho. las pocas veces que se cruzaron en la calle,
fue Begoña la que tuvo que acercarse a saludarle porque ni siquiera la veía.
A
todos nos ha pasado más de una vez caminar con algún asunto pendiente y urgente
y estar tan centrados en él, que ni nos enteramos de las personas ni de lo que
sucede a nuestro alrededor. La mente está donde está la preocupación o el
corazón, y como el corazón Víctor estaba puesto en Dios, su mente y sus ojos no
veían otras cosas.
Eso
no era obstáculo para que fuese muy amable de trato con las personas que se
encontraba, las manifestase su alegría por el encuentro y compartiera con ellas
en clima de confianza y amistad.
Conductor del autobús ejerciendo también de cobrador |
Un
buen ejemplo de despiste le tuvo un día con el conductor y cobrador del autobús.
Las empresas de transportes, para reducir gastos, acabaron por suprimir la
figura del simpático cobrador y cargaron al conductor también con esa función,
como ya se hace hasta nuestros días, aunque se hayan introducido nuevas
técnicas para facilitarle esa labor.
Lo
más probable es que sucediera a primera hora de la mañana y en presencia de los
viajeros habituales que se desplazaban a sus lugares de trabajo y que por
tanto, casi todos se conocieran.
Después
de saludar y dar los buenos días al conductor, como de costumbre, le entregó lo
que creía ser la moneda del precio del viaje. Pero cuál no sería su sorpresa
cuando el conductor comenzó a gritarle con fuerza en presencia de todos los
viajeros: “¡Señor, que me ha dado una llave! ¡Señor, que me ha dado una
llave!”.
Modelo de llave de hogar |
Efectivamente,
en lugar de sacar del bolsillo la moneda correspondiente al precio del billete,
lo que había sacado y entregado para pagar el pasaje, era la llave de su casa.
Ya nos
podemos imaginar las carcajadas de unos, las sonrisas de otros, las bromas de
todos los pasajeros y los comentarios jocosos más variados.
Él se acercó a recibir la llave y entregar el
porte del viaje sin inmutarse y regresó a su asiento, correspondiendo a las
bromas con su conocida y singular
sonrisa. Nada de sentirse humillado, sino más bien contento por haber
contribuido con su despiste a la alegría de sus compañeros.
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