Autobuses antiguos como los que usaba Víctor |
Para
entender esta florecilla, tenemos que remontarnos al transporte madrileño de
los años sesenta, más avanzado que el de otras ciudades, pero muy diferente al
de hoy día tan rápido y cómodo, pero totalmente deshumanizado.
Por
aquellas fechas, los autobuses eran mucho más lentos y molestos, pero tenían la
ventaja de que en ellos se compartía, se creaba un ambiente familiar, por lo
que son muchos los que añoran aquellos tiempos.
Todo
el que llegaba saludaba a los que ya estaban en el autobús y les deseaba muy
buenos días. Casi todos se conocían y muchos terminaban estableciendo vínculos
de amistad.
Cobrador con su rudimentaria máquina expendiendo billetes |
Uno
de los personajes de esos autobuses era el cobrador, distinto del
conductor. Era el encargado de cobrar y de indicar al conductor cuando debía
iniciar la marcha y cuando parar. Generalmente se trataba de una persona de muy
poca formación y en la mayoría de los casos, de algún joven venido de los
pueblos a la Capital en busca de trabajo.
Dada su sencillez, los pasajeros solían dirigirse a él con confianza y
hasta bromeaban con él. Era el que mejor conocía a los pasajeros habituales.
Como
su función, además de cobrador era la de procurarles asiento y velar por su
comodidad, se pasaba el trayecto observando a los viajeros y conocía las
costumbres de cada uno. Sabía a quien le gustaba leer el periódico, a quien
dormitar de madrugada, a quienes mantener una agradable conversación, a quienes
discutir, etc.
Pronto
se dio cuenta de que a uno de esos pasajeros habituales, le gustaba sentarse
hacia el final del autobús y que se pasaba todo el trayecto leyendo un libro
muy pequeño. Se trataba del “Oficio Parvo de la Virgen” que para
los carmelitas descalzos seglares era obligatorio su rezo todos los sábados, día
dedicado a la Virgen, pero que Víctor rezaba todos los días. Más adelante
cambió el “Oficio parvo” por el “Diurnal de la liturgia de las horas”
en que hay plegarias diferenciadas para “Laudes”, “Vísperas” y “Completas” para cada día de la semana. A la hora en que Víctor
viajaba, correspondía el rezo de “Laudes”.
Portada de un "Oficio Parvo" como el que usaba Víctor |
Al
sencillo, pero observador cobrador, pronto le llamó la atención que Víctor un
día tras otro, se sentase, abriese un libro muy pequeño, siempre el mismo, y
con él se pasase la mayor parte del trayecto. ¡Cómo podía tardar tantos días
para acabar de leer un libro tan pequeño, si él, a pesar de no ser muy culto,
no tardaría ni dos días!
Después
de mucho discurrir y no encontrar respuesta, no pudiendo ya aguantar la
curiosidad y seguro de que Víctor no se iba a molestar por la pregunta, pues
conocía que era una persona comprensiva y cordial, se acercó y le dijo: Oiga,
Señor: ¿Cuándo va a terminar de leer ese libro tan pequeño?
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