Obispo confiriendo el sacramento de la Confirmación |
Prosiguen
sus escritos: “El Espíritu Santo se me dio en la Confirmación. Niño era y
ya confesé mis pecados. Se me dio en la Comunión Cristo todo entero. Cuantas
veces me acercaba, entero se me daba”.
Por
la nota marginal que se puso en la inscripción de su bautismo, sabemos que recibió
la confirmación el 5 de octubre de 1929 cuando solamente tenía 4 años. La
Iglesia prefiere que la Confirmación se administre más tarde, al tratarse de un
sacramento que imprime carácter y que es irrepetible. En él, como muy bien dice
Víctor, se nos da “El Don del Espíritu Santo” que nos capacita
para vivir en plenitud nuestra vida cristiana y para ser testigos y
transmisores de nuestra fe.
El canon 891 del Derecho Canónico establece: “El
sacramento de la confirmación se ha de administrar a los fieles en torno a la
edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra
edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave
aconseje otra cosa”.
Niño haciendo su primera Confesión |
Teniendo
en cuenta esta norma, hoy día, suele administrarse en torno a los catorce o
quince años, considerados como “edad de la discreción”, pero cuando
Víctor recibió la confirmación, al tratarse de un sacramento reservado a los
obispos, dada la extensión de las diócesis y la dificultad de las
comunicaciones, los obispos aprovechaban las visitas pastorales a las distintas
poblaciones de la diócesis para administrar este sacramento a todos los que aún
no estuvieran confirmados. De ahí que en una misma celebración se administrase
este sacramento a niños, adultos y jóvenes. Lo importante es que, aunque en ese
momento no fuera consciente, recibió el “Don del Espíritu Santo” que a
su debido tiempo, ya conocemos los frutos que dio en su vida.
Niño el día de su primera Comunión. |
El
sacramento de la Confesión solía hacerse por primera vez a los siete años,
coincidiendo con la víspera de la primera Comunión. Como estos dos sacramentos
dependían del párroco, todos los recibían a la misma edad y en la misma fecha,
que solía ser en tiempo de Pascua de Resurrección. Pocos días después, vestidos como el día de
la Primera Comunión, acompañaban al Santísimo en la procesión del Corpus
Christi por las calles del pueblo.
Para
facilitarles el sacramento de la Confesión, acudían sacerdotes de los pueblos
vecinos para que los niños pudieran elegir el sacerdote que prefirieran y
tuvieran más confianza y menos vergüenza para confesar sus pecados.
Ya
en tan tierna edad fue consciente de que en la comunión, lo que recibía era el
cuerpo y la sangre de Cristo, como alimento de vida eterna. Y es
que para esa edad, gracias a las enseñanzas de la escuela y de la catequesis
parroquial, ya conocía de memoria el catecismo y sabía muy bien lo que recibía.
Ya sabemos la importancia que dio a este sacramento y cómo le convirtió en el
centro de su vida espiritual.
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