martes, 5 de diciembre de 2017

Florecillas. ¡Qué tortilla!

Tortilla de patata

A Víctor le gustaba cocinar. No sabemos de dónde la vino esa afición, pero más de una vez aludiremos en esta sección a sus peculiares cualidades culinarias, aunque no siempre resultaran exitosas debido a sus frecuentes despistes, como sucedió en el caso que ahora les contamos.

No era frecuente que su esposa Asunción Merino se ausentase de casa a no ser para visitar a algún familiar enfermo o para atender a sus hijos o nietos, pero efectivamente ocurrió más de una vez. En el caso a que nos referimos se quedó solo con la hija más pequeña, Eva, que aún estaba en edad escolar.

Cuando se quedaban solos, se repartían las tareas del hogar. Eva se encargaba de ventilar la casa a primera hora de la mañana, de hacer las camas, barrer la casa, fregar los utensilios de la cocina y colocar cada cosa en su sitio, y Víctor, más experimentado en cuestiones culinarias, hacía de cocinero, utilizando los alimentos que su previsora esposa había dejado a mano en la despensa.
Botella de vinagre

Un día en que Víctor tenía el turno de trabajo por la tarde y tuvo que salir de casa nada más hacer la comida para llegar a tiempo a la fábrica, ya de camino hacia la embotelladora de Pepsi Cola se cruzó con su hija que regresaba del colegio. Nada más verla, con una sonrisa llena de picardía la dijo: “Te hice una tortilla de patata. Le eché mucha sal. Espero que te guste”.

Efectivamente, la había echado mucha sal. ¿Pero por qué había echado tanta sal? Porque al estar juntas las botellas del aceite y del vinagre, en uno de sus frecuentes despistes por tener la mente puesta en Dios, se confundió, cogió la del vinagre y es lo que echó a la sartén. Ya se pueden imaginar el resultado. ¿No les recuerda algo a Fr. Junípero de las Florecillas de San Francisco?
 
Botellas de aceite y vinagre juntas
Seguro que ese día Víctor, en su trayecto hasta llegar a la embotelladora de Pepsi Cola se lo pasó riéndose, imaginándose la reacción de Eva al comer semejante tortilla. Pero miren por cuanto, al probarla, no solamente no la rechazó ni la tiró a la basura, sino que la supo buenísima, hasta el punto de afirmar: “No sé si sería mano de santo o mi gran apetito, porque, la verdad, la tortilla me supo muy rica”.


Al regresar y preguntarla, con la misma sonrisa picaresca en su rostro, si se había comido la tortilla, ante su inesperada respuesta de que no solamente se la había comido sino que la había gustado mucho, extrañado de lo sucedido, por todo comentario se limitó a decir: “No sé cómo se os ocurre poner el vinagre al lado del aceite”.

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