Tortilla de patata |
A
Víctor le gustaba cocinar. No sabemos de dónde la vino esa afición, pero más de
una vez aludiremos en esta sección a sus peculiares cualidades culinarias,
aunque no siempre resultaran exitosas debido a sus frecuentes despistes, como sucedió
en el caso que ahora les contamos.
No
era frecuente que su esposa Asunción Merino se ausentase de casa a no ser para
visitar a algún familiar enfermo o para atender a sus hijos o nietos, pero
efectivamente ocurrió más de una vez. En el caso a que nos referimos se quedó
solo con la hija más pequeña, Eva, que aún estaba en edad escolar.
Cuando
se quedaban solos, se repartían las tareas del hogar. Eva se encargaba de ventilar
la casa a primera hora de la mañana, de hacer las camas, barrer la casa, fregar
los utensilios de la cocina y colocar cada cosa en su sitio, y Víctor, más experimentado
en cuestiones culinarias, hacía de cocinero, utilizando los alimentos que su
previsora esposa había dejado a mano en la despensa.
Un
día en que Víctor tenía el turno de trabajo por la tarde y tuvo que salir de
casa nada más hacer la comida para llegar a tiempo a la fábrica, ya de camino
hacia la embotelladora de Pepsi Cola se cruzó con su hija que regresaba del
colegio. Nada más verla, con una sonrisa llena de picardía la dijo: “Te
hice una tortilla de patata. Le eché mucha sal. Espero que te guste”.
Efectivamente,
la había echado mucha sal. ¿Pero por qué había echado tanta sal? Porque al
estar juntas las botellas del aceite y del vinagre, en uno de sus frecuentes despistes
por tener la mente puesta en Dios, se confundió, cogió la del vinagre y es lo
que echó a la sartén. Ya se pueden imaginar el resultado. ¿No les recuerda algo
a Fr. Junípero de las Florecillas de San Francisco?
Seguro
que ese día Víctor, en su trayecto hasta llegar a la embotelladora de Pepsi
Cola se lo pasó riéndose, imaginándose la reacción de Eva al comer semejante
tortilla. Pero miren por cuanto, al probarla, no solamente no la rechazó ni la
tiró a la basura, sino que la supo buenísima, hasta el punto de afirmar: “No
sé si sería mano de santo o mi gran apetito, porque, la verdad, la tortilla me
supo muy rica”.
Al
regresar y preguntarla, con la misma sonrisa picaresca en su rostro, si se
había comido la tortilla, ante su inesperada respuesta de que no solamente se
la había comido sino que la había gustado mucho, extrañado de lo sucedido, por
todo comentario se limitó a decir: “No sé cómo se os ocurre poner el
vinagre al lado del aceite”.
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