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Los esposos Asunción Merino y Víctor Rodríguez |
Comenzamos
la sección “testimonios” por el que consideramos el más
importante de todos: el de su esposa Asunción Merino que en todo momento
compartió y alentó a Víctor en su experiencia cristiana.
Al
ser ya de edad avanzada, no ha escrito su testimonio, sino que lo ha hecho a
través de una entrevista con el P. José Francisco Rodríguez y al final, después
de leer sus respuestas y comprobar que eran correctas, las ha firmado. Al
tratarse del testimonio más amplio y más cercano a Víctor, se lo iremos dando a
conocer por partes. Para las preguntas usaremos el tipo de letra normal y para
las respuestas la letra cursiva y en negrita. Muchas de las preguntas que hace
el P. José Francisco, es porque ya conocía algunos testimonios de sus hijas.
Pregunta:
¿Da fe de que durante los años que vivieron en Velillas del Duque (Palencia),
Víctor, su marido, se desplazaba andando a los pueblos vecinos para oír misa y
comulgar cualquiera que fuera la inclemencia del tiempo?
Respuesta:
Doy fe de ello. Y eso durante 12 años que vivimos allí, sin perder ni un
solo día, lo mismo si llovía que si nevaba, que si la temperatura fuera de los
grados que fuera bajo cero, y eso que allí las temperaturas en el invierno
suelen ser muy bajas. La gente incluso se reía de él, pero él, sin hacer caso
de ello, seguía yendo andando a misa al pueblo donde celebrara el párroco la
misa sin importarle el frío que hiciera. Como anécdota diré que, cuando pasaba
el invierno y se despojaba de las prendas de abrigo que usaba para defenderse
del frío durante todo el invierno para ir a misa, las mujeres de uno de los
pueblos (Quintanilla) a los que acostumbraba ir a misa, le decían con afecto:
¡Cómo ha adelgazado usted Sr. Víctor! Y él se sonreía.
Sólo
al final de estos 12 años que vivimos en Velillas del Duque, cuando se
deterioró gravemente su salud y ya no podía hacer andando semejante tipo de
desplazamientos, tanto el párroco, como un vecino de uno de aquellos pueblos,
llamado Germán, se porfiaban por llevarle y traerle en coche, para que no se
quedara sin su misa y su comunión de cada día. Pero mientras pudo, fue siempre
andando cualquiera que fuera la inclemencia del tiempo. Tengo también que decir
que a misa iba siempre sin desayunar, con lo que se pasaba toda la mañana sin tomar
nada.
La
misa y la comunión no las perdía nunca por nada. Cuando volvimos a Medina, los
domingos oía la misa en las Carmelitas Descalzas y los días de semana en el
Asilo, por razón de los horarios, pero él no perdía nunca la misa y la
comunión. Incluso cuando tenía perdida la memoria, no hacía más que decir: ¿Vamos
a misa? Y no hacía más que preguntar: ¿Hay misa? La misa y la comunión eran
para él más que el alimento de cada día.