Raquel con sus abuelos Víctor y Asunción en Sabarís el día de su entrada como carmelita. |
“Se me hacía extraño cuando mi madre y mis tíos comentaban que él no había sido así con sus hijos, sino más bien estricto y recto. Yo ahora veía su imagen toda bondad, todo cariño y conocimiento y sabiduría humana y de Dios que uno podía percibir claramente, aunque no tuviese fe. En este sentido, ha sido más bien su presencia, y seguro su oración, lo que me ha llevado a Dios, más que el tener conversaciones sobre estos temas, salvo algún momento puntual en mi adolescencia, en que estaba más desorientada y él me indicó que me confirmase”. Raquel.
Teresa, la madre de Raquel, hablando de su padre Víctor,
afirma que, a raíz de su conversión, tuvo una etapa en la que fue bastante
exigente con sus hijos, pues su deseo era que siguieran al Señor con el
entusiasmo, entrega y amor que él lo hacía, pero sus hijos, de carácter muy
independiente e influenciados por sus amigos poco creyentes, en cuanto
terminaron los estudios y consiguieron trabajo, abandonaron el hogar.
Con sus dos hijas pequeñas, sin embargo, obedientes y muy
religiosas, procedió siempre con cariño, ternura y bondad, pero fue cuando
llegaron los nietos cuando salió a relucir en plenitud la parte más tierna y
humana de él. Sus nietos, sin excepción, le recuerdan como el abuelo cariñoso y
cercano que jugaba con ellos, compartía sus ilusiones y les enseñaba a amar a
Dios con la mayor naturalidad.
De ahí que su nieta Raquel, hoy religiosa carmelita descalza
en Sabarís, (Pontevedra) reconozca que su vocación la debe a sus oraciones y a
su ejemplo, ya que, aun en los momentos de su infancia que pasó un tanto
alejada del Señor: “veía su imagen toda bondad, todo cariño y conocimiento y
sabiduría humana y de Dios que uno podía percibir claramente, aunque no tuviese
fe”.
Qué misterios tan grandes.
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