![]() |
San Bernardo, Abad de Claraval y Doctor de la Iglesia. |
La prudencia espiritual es la virtud que regula las
relaciones con Dios, esta nos sugiere lo que debemos hacer, lo que tenemos que
imitar para llegar a la meta. Si quieres ser alma de oración, cultiva el
recogimiento tanto como te sea posible huyendo de las charlas inútiles,
mortifica la curiosidad, esta corroe el alma, por ella cayeron nuestros
primeros padres y está cayendo toda persona que se deja llevar por ella.
La parábola de las vírgenes nos muestra cuan necesaria es la
prudencia (Mt 25, 13). El alma enamorada de Dios no escucha las razones que da
la prudencia humana, sólo el amor y la fe obran en ella, por eso estima en tan
poco las cosas de la tierra como ellas son, llenas de vanidad. El futuro está
en las manos de Dios. La verdadera prudencia espiritual, es el valorar al
máximo el instante que huye. La prudencia de la carne es enemiga de Dios, por
no estar sujeta a la ley divina. Exige total conformidad de nuestra voluntad
con la de Dios. No se realiza tanto en la dulzura de la oración, cuanto en
abrazar con perfección su voluntad. El estado de unión embiste en el alma según
la voluntad del todo transformada en la de Dios. En este estado ambas
voluntades son una, esta se mide en la conformidad.
A estas palabras de Víctor basta con añadir unas de San
Bernardo para discernir si procedemos con prudencia cristiana en nuestra vida:
“En estas tres cosas se conocerá que tu boca está llena en abundancia de
sabiduría o de prudencia: Si confiesas de palabra tu propia iniquidad, si de tu
boca sale la acción de gracias y la alabanza, y si de ella salen también
palabras de edificación. En efecto, por la fe del corazón llegamos a la
justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Y además, lo
primero que hace el justo al hablar, es acusarse a sí mismo, y así, lo que debe
hacer en segundo lugar, es ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega
la abundancia de su prudencia y sabiduría) edificar al prójimo”. (Sermón
15).