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San Juan de la Cruz, autor de "Subida del Monte Carmelo". |
Dios es el sol divino que brilla sobre nuestras almas, es
más, dentro de ellas. Deseoso de embestirlas y transformarlas, solamente
necesita encontrarlas libres para obrar su obra de amor, entonces las embiste
con su gracia y como es luz divina, la llena de sí. Al verse iluminada y llena
de defectos, todo su hacer es cambiarse. Esta gracia divina penetra en el alma,
esta que es como participación divina, se difunde por el alma en proporción con
su pureza interior. “Como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que ellos sean
también una misma cosa en nosotros” (Jn. 17, 11).
Para entender lo que Víctor dice de la unión con Dios, les
recomiendo que lean lo que San Juan de la Cruz expone en el capítulo quinto del
libro segundo de Subida del Monte Carmelo, titulado: “En que se declara qué
cosa sea unión del alma con Dios. Pone una comparación”. La comparación es la
siguiente:
“Está el rayo del sol dando en una vidriera. Si la
vidriera tiene algunos velos de manchas o nieblas, no la podrá esclarecer y
transformar en luz totalmente como si estuviera limpia de todas aquellas
manchas y sencilla. Antes tanto menos la esclarecerá cuanto ella estuviere
menos desnuda de aquellos velos y manchas, y tanto más cuanto más limpia
estuviere. Y no quedará por el rayo, sino por ella. Tanto, que, si ella
estuviere limpia y pura del todo, de tal manera la transformará y esclarecerá
el rayo, que parecerá el mismo rayo y dará la misma luz que el rayo. Aunque, a
la verdad, la vidriera, aunque se parece al mismo rayo, tiene su naturaleza
distinta del mismo rayo. Mas podemos decir que aquella vidriera es rayo o
luz por participación. Y así, el alma es como esta vidriera, en la cual siempre
está embistiendo o, por mejor decir, en ella está morando esta divina luz del
ser de Dios por naturaleza, que habemos dicho”.