Raquel y Carlos con sus abuelos Víctor y Asunción el día de su primera comunión. |
Recuerdo lo mucho que nos quería a los nietos. De pequeños,
con Carlos y conmigo estaba siempre cuidándonos y sobre todo jugando a las
canicas, en los columpios… Él, de paso y de vez en cuando, aprovechaba para
decirnos algo de Dios, lo que él llevaba en su corazón. No era forzado ni
pesado, pero a veces eran verdaderas catequesis, hasta recuerdo que nos llegó a
hablar de la Santísima Trinidad, que cómo podían ser tres personas, si era un solo
Dios. Y yo pensaba como niña si no se daría cuenta de que nosotros notábamos
que nos hablaba de estas cosas. Raquel.
Si en algo coinciden los ocho nietos de Víctor, es en que les
quería entrañablemente y por eso compartía sus juegos y aprovechaba para
hablarles de Dios con un lenguaje asequible a su mente y sin impedirles
continuar con sus entretenimientos.
La llegada del abuelo al hogar de sus nietos era siempre para
ellos motivo de alegría, pues les garantizaba momentos de entretenimiento, bien
en el hogar participando con ellos en juegos como las canicas, tirándose al
suelo para poder competir con ellos, bien con juegos más sedentarios, como el
parchís y la oca, bien sacándoles a pasear a los parques para balancearles en
los columpios etc.
Víctor gozaba viendo alegres y felices a sus nietos, y como
la mayor felicidad y permanente solamente se la puede dar el Señor, aprovechaba
para hablarles de Dios con tanta espontaneidad y cariño, que, como dice Raquel,
“no era forzado ni pesado” al contrario, les resultaba agradable, ameno e
interesante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario