Víctor en Velillas del Duque con una nieta en sus brazos. |
Recuerdo buenos momentos (de mi abuelo Víctor) en varios
lugares. Cuando vivía en Madrid (Príncipe de Vergara), largos paseos por la
ciudad él y yo. En Velillas, enseñándome a jugar al ajedrez, y sobre todo en
Sabarís, largas mañanas intentando pescar anguilas en el río tras la casa de
Carmen, y, aunque teníamos un acuerdo, a cambio de una anguila él me haría unas
patatas fritas, a pesar de no pescar nunca nada, mi abuelo siempre me hacía las
patatas fritas.
Carlos.
Carlos no se limita a decir de su abuelo que era “todo corazón
y cariño”, como resaltamos en la florecilla anterior, sino que señala algunos
de los momentos que más le se le gravaron por la atención personal que le
dedicaba con cariño.
Señala en primer lugar los largos paseos por Madrid con él
solito, como si no tuviera nada más que hacer, que pasear y responder a las
preguntas que le hacía acerca de todo lo que le llamaba la atención. Es
probable que al pasar por algún quiosco le obsequiara también con chuches, pero
Carlos, lo que verdaderamente valoraba, era su amorosa compañía.
Recuerda también cómo en los meses de verano, cuando iba a
casa de los abuelos en Velillas del Duque, mientras Asunción preparaba la
comida, Víctor paseaba y jugaba con él, e incluso le enseñó a jugar al ajedrez.
Pero lo que jamás olvidará, es la escena de Sabarís en que abuelo y nieto
hicieron un convenio: a cambio de anguilas pescadas por Carlos, el abuelo
correspondería haciéndole patatas fritas. Carlos se pasaba largos ratos con la
caña de pescar en el riachuelo que pasa pegado a la casa de Carmina, por el
que, al estar cerca de la playa, pasaban con frecuencia anguilas, pero no
picaban en el anzuelo. El abuelo, sin embargo, siempre recompensaba su esfuerzo
con patatas recién fritas.
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