El Espíritu Santo nos regala su Don de temor y amor a Dios. |
El Espíritu Santo, más que temer a Dios, nos hace temernos a
nosotros mismos, porque estamos inclinados a amarnos a nosotros mismos. El
temor no debe producir inquietud, además de perfección de la esperanza lo hace
de la templanza. Esta frena las pasiones y atractivo por los placeres. El
Espíritu Santo es poseído por el alma y este nos hace estar en la perfección
del espíritu de amor. El alma es movida a la pobreza material, inclinándose a
poseer poco, y sobre todo a la pobreza espiritual; sin esta, la material nada
vale. El carecer de las cosas no desnuda el alma, si tiene apetito de ellas.
Santo Tomás de Aquino se pregunta: ¿Es posible que Dios sea
temido? Y él mismo se contesta diciendo que Dios, en sí mismo, como suprema
Bondad, no puede ser objeto de temor, sino de amor, pero en cuanto que en
castigo de nuestras faltas puede infligirnos un mal, debe ser temido. Y a
continuación añade que en Dios hay justicia y misericordia, la primera de las
cuales suscita en nosotros el temor, y la segunda la esperanza. Por eso Dios
puede ser a la vez objeto de temor y de esperanza.
Hay tres clases de temor: mundano, servil y filial. El
mundano es aquel que no vacila en ofender y hasta renegar de Dios para
evitar un mal temporal, por ejemplo, la muerte. El servil es aquel que
sirve a Dios y cumple su voluntad para evitar los males que de no hacerlo
caerían sobre él. El filial es el que cumple la voluntad de Dios
evitando el pecado sólo por ser ofensa de Dios, no por temor al castigo, sino
por el temor a ser separado de Él.
Sólo el temor filial entra en el Don de Temor, porque se
funda en la caridad y reverencia a Dios como Padre y teme separarse de Él por
la culpa. Por eso Víctor nos dice: “El Espíritu Santo, más que temer a
Dios, nos hace temernos a nosotros mismos”. Y añade: “El Espíritu
Santo es poseído por el alma y Este nos hace estar en la perfección del
espíritu de amor”.
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