miércoles, 14 de septiembre de 2022

Florecillas Espíritu de Ermitaño

 

 Monasterio de San José en Las Batuecas
(Salamanca)

Aunque se trataba de un seglar, no permanecía esos días en la hospedería (de Batuecas), sino dentro del monasterio participando en los actos de comunidad, incluso vestía el hábito de carmelita, con su capa blanca incluida. Ayunaba como los religiosos y se encargaba de los trabajos que le encomendaban (Eva).

 

El desierto de Las Batuecas desapareció con la desamortización de Mendizábal como los demás conventos de las órdenes religiosas. Santa Maravillas lo compró a sus nuevos propietarios y allí construyó un pequeño monasterio de carmelitas descalzas, pues el antiguo monasterio no estaba habitable. Como el P. Valentín de San José era el confesor de la madre Maravillas, consiguió que lo devolviera a los padres carmelitas. Para ello construyó otro monasterio junto al santuario del Cristo de Cabrera al que trasladó las religiosas.

 

Al regresar los monjes, se instalaron en la nueva construcción, pero poco a poco fueron habilitando el antiguo monasterio y cuando ya lo consiguieron, el edificio de Madre Maravillas pasó a convertirse en hospedería, para que, personas interesadas en tener una experiencia de desierto, pudieran pasar algunos días en silencio y asistir a algunos actos con los monjes.

 

Pero a Víctor pronto se le consideró como a un religioso más y por eso vivía en una celda del monasterio y hacía vida de comunidad con los monjes los días que sus vacaciones se lo permitían, es decir: participaba en todas las celebraciones, asistía a sus rezos y a las horas de oración en silencio, incluso se levantaba a media noche para el rezo de maitines, comía con ellos y también trabajaba como ellos en las tareas diarias que el superior le asignaba como a un monje más.   

 

Allí le hizo el Señor pasar las noches oscuras de que habla San Juan de la Cruz, que le purificaron de todas las imperfecciones. Así lo reconoce al confesar: “Año tras año al desierto en mis vacaciones me llegaba, ansioso de llegar estaba, aunque bien me sabía que a sufrir iba. Allí, nada más llegar, todo cambiaba. El Espíritu Santo de la mano me tomaba y todas mis miserias me mostraba”.    



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