Foto del cuadro original desde el que Cristo habló a San Juan de la Cruz. |
El sufrimiento de Cristo: No se identifica con la pasividad,
pasando haciendo el bien. Esta parábola está en San Mateo: “Venid benditos de
mi Padre” (Mt. 25,34). Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y
de la muerte. Es menester acudir a la cruz del Calvario. En todos los creyentes
que sufren en la cruz, está el Redentor del hombre. Todos los que sufren en
comunión con la Iglesia y que son débiles, pero son fuente de fuerza para esta
y toda la humanidad.
Los sufrimientos de Cristo no fueron fruto de la pasividad,
sino la consecuencia de su plan redentor mediante sus sacrificios,
especialmente en su pasión y muerte, pues por ellos realizó el misterio de
nuestra redención.
Recordemos de nuevo lo
que dice San Juan de la Cruz comentando las palabras de Jesús “¡Dios mío, Dios
mío!, ¿por qué me has desamparado?”: “Lo cual fue el mayor desamparo
sensitivamente que había tenido en su vida. Y así, en él hizo la mayor obra que
en toda su vida con milagros y obras había hecho ni en la tierra ni en el
cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios. Y esto
fue, como digo, al tiempo y punto que este Señor estuvo más aniquilado en todo”
(2Sub. 7, 10).
Por eso, cuando Juan de la Cruz, orando ante un cuadro de
Jesús camino del Calvario que le infundía especial devoción porque representa
muy bien los sufrimientos del Señor, escuchó que Jesús le dijo: “Juan, que
quieres por lo mucho que has hecho por mí”, la respuesta de Juan de la Cruz
fue: “Padecer y ser despreciado por Ti”. Así quiso San Juan de la Cruz
corresponder a los que Jesús sufrió por él.
Es lo mismo que sintió el apóstol San Pablo al exclamar: “Lo
que es a mí, Dios me libre de gloriarme más que de la Cruz de nuestro Señor,
Jesús Masías, en la cual el mundo quedó crucificado para mí y yo para el mundo”
(Gal. 6, 14).
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