Jesús en la cruz clamando al Padre: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado.? |
Cristo introduce al hombre que sufre en el reino del amor, es
transformado por una gracia interior. El Redentor, prueba en los pacientes, a
través del corazón de María, como continuación de la maternidad, que por obra
del Espíritu Santo le había dado la vida. Cristo moribundo confió a su madre
una nueva maternidad espiritual y universal hacia todos los hombres. La fe en
la participación de los sufrimientos de Cristo tiene la dimensión espiritual de
servir para la salvación de sus hermanos. No sólo es útil a los demás, realiza
un servicio insustituible, unido al sacrificio de Cristo, abre el camino a la
gracia que transforma a las almas, y hace presente en su humanidad la fuerza de
la redención y constituye particular apoyo a las fuerzas del bien.
San Pablo nos habla del valor de nuestros sufrimientos para
la salvación de los hermanos cuando los unimos al sufrimiento de Cristo: “Me
alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo,
sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia”. (Col. 1, 24).
San Juan de la Cruz nos anima a seguir a Cristo, porque: “el
aprovechar no se halla sino imitando a Cristo, que es el camino…Y porque
he dicho que Cristo es el camino, y que este camino es morir a nuestra
naturaleza en sensitivo y espiritual, quiero dar a entender cómo sea esto a
ejemplo de Cristo.
Cuanto a lo primero, cierto está que Él murió a lo sensitivo,
espiritualmente en su vida y naturalmente en su muerte… Cuanto a lo segundo,
cierto está que al punto de su muerte quedó totalmente aniquilado en el alma
sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima sequedad, según
la parte inferior. Por lo cual fue necesitado a clamar diciendo: ¡Dios
mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado? Lo cual fue el mayor
desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así, en Él hizo la
mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho ni en la tierra
ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios.
(2Subida. 7, 8-11).
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