Jugadores en una partida de poker. |
Cuando los hijos mayores ya no vivían en casa, era los
domingos cuando se celebraba el cumpleaños de los miembros de la familia. A
veces, después de comer se ponían a jugar a las cartas. A veces también se
encontraba algún amigo de mis hermanos mayores. En una de estas reuniones se
pusieron a jugar al póker por dinero. Papá les prohibió jugar en casa a ese
juego, ni a ningún otro por dinero. (Begoña).
Víctor, desde niño, fue muy aficionado a jugar a las cartas,
especialmente durante los meses de invierno en que las faenas del campo eran
escasas. Muchas noches, después de cenar, se reunían dos o tres familias para
pasar un rato agradable jugando generalmente a la brisca o al tute. Nunca se
jugaba dinero y ni siquiera los que perdían tenían que pagar la consumición,
sino que se compartían los dulces y bebidas que aportaban los asistentes.
Como se trataba de reuniones en las que participaban todos
los miembros de cada familia, asistían también los niños y jóvenes con los que
se formaba otro grupo en que los juegos más frecuentes eran el chinchón, la
escoba y las siete y media. Esas reuniones contribuyeron a que entre esas
familias se creara un vínculo de amistad suprior al que se tiene con familiares
cercanos y ha durado hasta nuestros días.
Víctor, durante su estancia en Medina del Campo, hasta el
momento de su ruina económica y de su conversión, siguió jugando a la brisca,
al tute e incluso al póker. En estas partidas, el que perdía pagaba la consumición,
pero nunca se jugaba dinero. Por eso no le extrañaba que sus hijos jugaran con
sus amigos, y no les prohibió que en su casa hicieran lo que él había hecho
durante años. Lo que sí les prohibió radicalmente es que se jugase dinero.
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