sábado, 14 de mayo de 2022

Florecillas. Jugar a las cartas

Jugadores en una partida de poker.

 

Cuando los hijos mayores ya no vivían en casa, era los domingos cuando se celebraba el cumpleaños de los miembros de la familia. A veces, después de comer se ponían a jugar a las cartas. A veces también se encontraba algún amigo de mis hermanos mayores. En una de estas reuniones se pusieron a jugar al póker por dinero. Papá les prohibió jugar en casa a ese juego, ni a ningún otro por dinero. (Begoña).

 

Víctor, desde niño, fue muy aficionado a jugar a las cartas, especialmente durante los meses de invierno en que las faenas del campo eran escasas. Muchas noches, después de cenar, se reunían dos o tres familias para pasar un rato agradable jugando generalmente a la brisca o al tute. Nunca se jugaba dinero y ni siquiera los que perdían tenían que pagar la consumición, sino que se compartían los dulces y bebidas que aportaban los asistentes.

 

Como se trataba de reuniones en las que participaban todos los miembros de cada familia, asistían también los niños y jóvenes con los que se formaba otro grupo en que los juegos más frecuentes eran el chinchón, la escoba y las siete y media. Esas reuniones contribuyeron a que entre esas familias se creara un vínculo de amistad suprior al que se tiene con familiares cercanos y ha durado hasta nuestros días.

 

Víctor, durante su estancia en Medina del Campo, hasta el momento de su ruina económica y de su conversión, siguió jugando a la brisca, al tute e incluso al póker. En estas partidas, el que perdía pagaba la consumición, pero nunca se jugaba dinero. Por eso no le extrañaba que sus hijos jugaran con sus amigos, y no les prohibió que en su casa hicieran lo que él había hecho durante años. Lo que sí les prohibió radicalmente es que se jugase dinero.




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