Begoña abrazando a sus sobrinos Raquel y Carlos. |
“En distintas ocasiones, queriéndole regalar algún
obsequio con motivo del padre o por su cumpleaños, le preguntaba que quería que
le regalase, a lo que él siempre respondía: Que te confieses” (Begoña).
A su esposa Asunción, que le conocía muy bien, no se le
ocurría preguntarle que quería que le regalase por su cumpleaños, pues sabía
que su respuesta iba a ser, que no necesitaba nada. Por eso aprovechaba esas
ocasiones para comprarle algo que necesitase, aunque luego él le hiciera alguna
faena, como cuando le regaló un buen abrigo y al poco tiempo el se lo dio a un
pobre.
Pero Begoña, todavía muy niña, pendiente como todas las niñas
de los regalos a medida que se acercaba su cumpleaños, pensaba que eso mismo le
sucedería a su padre. Por eso la hacía ilusión poder ofrecer a su padre algo especial
en el día de su cumpleaños. Durante meses iba juntando lo que podía de las propinas
para ofrecerle con todo cariño, el mejor regalo posible.
Aún no era consciente de lo despegado que su padre estaba de
todos los bienes materiales y del valor que daba a los bienes espirituales para
él y para sus hijos, por eso no entendió que considerase como el mejor regalo
de su cumpleaños el que ella se confesase ese día.
Poco a poco lo fue comprendiendo, al ver la cara de alegría
de su padre cuando lo hacía. Era un regalo que no mermaba sus ahorros y que sin
embargo llenaba de alegría a su padre. Así fue comprendiendo el valor de la confesión
y de la comunión.
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