Persona orando en profundo silencio. |
Algunas almas pasan sin saberlo, ni darse cuenta
en principio, a una oración discursiva. Le salen como por encanto de su
interior expresiones o especie de poesías, sin orden ni concierto, todo ello
muy sabroso y atractivo para el alma. Podríamos afirmar que es miel para el
alma. El Señor la quiere sacar de su estado y para ello, como niños que somos,
nos da golosinas. Esta u otra forma de oración suave y atractiva, suele durar
poco regularmente.
Es curioso como cuando alguien, en un momento de lucidez,
especialmente después de un retiro espiritual, decide seguir al Señor con más
fidelidad y dedicar más tiempo a la oración, suele tener una temporada en que
la oración le sale con bastante facilidad, y disfruta de los momentos que pasa
en silencio en presencia del Señor. Se da lo que Víctor califica de “golosinas”
que el Señor concede para que se aficionen a ese trato de amistad con Él.
Orando contemplando las maravillas de Dios.
Es lo que dice San Juan de la Cruz recordando la actitud de la
madre con el niño pequeño al que mima y llena de caricias, aplicado a la vida
espiritual: “La amorosa madre de la gracia de Dios, luego que por nuevo
calor y hervor de servir a Dios reengendra el alma, eso mismo hace en ella;
porque la hace hallar dulce y sabrosa leche espiritual sin algún trabajo suyo
en las cosas de Dios, y en los ejercicios espirituales gran gusto, porque le da
Dios aquí su pecho de amor tierno, bien así como a niño tierno” (1N. 1, 2).
En esa etapa de fervor, la oración le atrae, porque siente
cercano al Señor y hasta hace sacrificios por su amor. El problema es que esas
cosas tan buenas en sí mismas, las suelen hacer más por el gusto que sienten,
que por amor a Dios. De ahí, que el Señor, pronto les quite esos consuelos para
que lo hagan por amor a Dios, no por el consuelo egoísta que reciben. Por eso
advierte Víctor: “Esta u otra forma de oración, suave y atractiva, suele
durar poco regularmente”.
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