Obispos y sacerdotes en una celebración con oraciones litúrgicas. |
Oración vocal. Padre nuestro. Ave María. Salve…
Estas son las únicas palabras que Víctor dedica a la oración
vocal en los pocos folios que serían como el esquema a desarrollar en los que posteriormente
envió a su hija Begoña. Estas palabras le servirían para recordarle que debía
comenzar hablando de la oración vocal.
En el catecismo del P. Astete que se estudiaba en las
escuelas, se definía la oración como una “elevación del corazón a Dios para
pedirle mercedes”, definición que coincide con la de Santo Tomás de Aquino:
“La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas
convenientes a la eterna salvación”. Inmediatamente se añadía que había dos
clases de la oración: Vocal y Mental. La vocal se manifiesta con
palabras, mientras que la mental se hace en silencio.
Grupo de fieles orando y cantando en una procesión. |
La oración es para el cristiano fruto y expresión de su
condición de hijo de Dios, y es en la Sagrada Escritura, fuente de toda
oración, donde encuentra los mejores modelos. La Palabra que Dios le dirige, le
asegura de sus capacidades para poder responder a sus beneficios y le da las
palabras con que puede hacerlo. Todas las oraciones vocales y litúrgicas están tomadas de la Sagrada
Escritura y la más importante de todas ellas es el Padrenuestro. Por eso San
Cipriano nos recomienda dirigirnos siempre a Dios Padre con las palabras que
Cristo nos enseñó. Sigamos su recomendación como hizo Víctor:
“El Señor enseñó a su pueblo la manera de orar, y a su
vez, Él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos
dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y
otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al
dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó…. Oremos
hermanos como Dios, nuestro maestro nos enseñó. A Dios le resulta amiga y
familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración
de Cristo que llega a sus oídos.
Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las
palabras de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que
resuene en la voz, y, puesto que le tenemos como abogado por nuestros pecados
ante el Padre, al pedir por nuestros delitos, como pecadores que somos, empleemos
las mismas palabras de nuestro defensor. Pues, si dice que hará lo que
pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz será nuestra oración en el
nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias palabras?”.
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