miércoles, 13 de mayo de 2020

Habla Víctor. Oración vocal.

Obispos y sacerdotes en una celebración con oraciones litúrgicas.


Oración vocal. Padre nuestro. Ave María. Salve…

Estas son las únicas palabras que Víctor dedica a la oración vocal en los pocos folios que serían como el esquema a desarrollar en los que posteriormente envió a su hija Begoña. Estas palabras le servirían para recordarle que debía comenzar hablando de la oración vocal.

En el catecismo del P. Astete que se estudiaba en las escuelas, se definía la oración como una “elevación del corazón a Dios para pedirle mercedes”, definición que coincide con la de Santo Tomás de Aquino: “La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la eterna salvación”. Inmediatamente se añadía que había dos clases de la oración: Vocal y Mental. La vocal se manifiesta con palabras, mientras que la mental se hace en silencio.

Grupo de fieles orando y cantando en una procesión.

La oración es para el cristiano fruto y expresión de su condición de hijo de Dios, y es en la Sagrada Escritura, fuente de toda oración, donde encuentra los mejores modelos. La Palabra que Dios le dirige, le asegura de sus capacidades para poder responder a sus beneficios y le da las palabras con que puede hacerlo. Todas las oraciones vocales y  litúrgicas están tomadas de la Sagrada Escritura y la más importante de todas ellas es el Padrenuestro. Por eso San Cipriano nos recomienda dirigirnos siempre a Dios Padre con las palabras que Cristo nos enseñó. Sigamos su recomendación como hizo Víctor:

El Señor enseñó a su pueblo la manera de orar, y a su vez, Él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó…. Oremos hermanos como Dios, nuestro maestro nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo que llega a sus oídos.

Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el que resuene en la voz, y, puesto que le tenemos como abogado por nuestros pecados ante el Padre, al pedir por nuestros delitos, como pecadores que somos, empleemos las mismas palabras de nuestro defensor. Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su nombre, ¿cuánto más eficaz será nuestra oración en el nombre de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias palabras?”.







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