Monasterio en Extremadura,donde reside la religiosa agustina. |
Tengo el Santo Cristo en estampa que me enviaste hace
años, como registro para rezar laudes. En ese momento me recuerda que también
tú, junto a la comunidad también lo haces. Por todo ello, que el Señor te
bendiga junto a tu comunidad, y a todos los miembros de la Iglesia; de esta, en
verdad, es lo único de esta vida que me siento satisfecho. Por ella me lo ha dado
y continúa dando el Señor gracia sobre gracia.
Su amiga, la religiosa agustina que había compartido con él
tantos momentos de oración cuando coincidían en la parroquia de San Clemente
Papa en Madrid, le pedía por carta que la recordase y pidiese por ella todos
los días en la oración, y Víctor la contesta diciendo que es imposible
olvidarla y que todos los días ora por ella, especialmente en el rezo de
laudes, que es la primera oración del día, donde ha colocado como registro y
para recordarla, una estampa del Santo Cristo que ella le había enviado.
Imagen del Cristo de la Victoria que Víctor tenía como registro de laudes. |
Inmediatamente añade que no solamente pide por ella, sino
que todos los días pide también bendiciones especiales para la comunidad en que
ella vive y para toda la Iglesia, que es la madre de todos y en la que recibimos
todas las bendiciones. Con estas palabras alude a que, por pertenecer a la
Iglesia a la que ama con delirio y de la que se fía plenamente, está en
comunión con todos los santos, y del mismo modo que él se beneficia de las
obras de todos, también sus obras y sus oraciones las pone en manos de la
Iglesia.
Es lo que se conoce por la “Comunión de los santos”, término
que, según el Catecismo de la Iglesia Católica Nº. 961, “designa también la
comunión entre las “personas santas” en Cristo que ha “muerto por todos”, de
modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos”. Es
en definitiva lo que dice San Pablo: “Si sufre un miembro, todos los
demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en
su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno
por su parte” (1 Co 12, 26-27).
Por eso Víctor pedía todos los días bendiciones para todos los
miembros de la Iglesia, especialmente para
sus familiares y amigos; y para que sus oraciones fueran acogidas por el Señor,
trató de cumplir en todo momento su voluntad. Nada le hubiera causado tanto
dolor, como ser motivo de sufrimiento para los demás miembros de su amada
Iglesia.
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