Momento del descendimiento de la cruz y entierro de Cristo. |
¡Oh
muerte deseada que te haces esperar! Con mi cuerpo prestado te quedarás, hasta
que Cristo te rescate para resucitar. Al alma Cristo la lleva para presentarla
al Padre, lavada en su sangre, limpia y resplandeciente como el crisol que Él
con su sangre la quedó.
Con
estas palabras alusivas a su muerte tan deseada y esperada, concluye sus breves
escritos autobiográficos, tan importantes para conocer su extraordinaria
experiencia cristiana. A través de estos escritos, Víctor nos ha abierto su
corazón de par en par y por ellos podemos vislumbrar las maravillas que el
Señor hizo en él.
Para
Víctor, la muerte no era el enemigo temido por tantos, sino el único medio para
poder encontrarse definitivamente con Cristo. Tampoco le preocupaba que su
cuerpo tuviera que volver a convertirse en el polvo de que fuimos hechos por
tiempo indefinido, seguro como estaba por su inquebrantable fe de que un día
resucitaría y se convertiría en cuerpo glorioso como el de Jesús resucitado.
Lo
más positivo de la muerte para él, y por eso la deseaba, era porque sentía que
su alma, purificada de las imperfecciones contraídas a lo largo de su vida,
estaba ya limpia y resplandeciente como el crisol, gracias a que había sido
purificada por la sangre de Cristo, y que Cristo mismo se encargaría de
presentarla ante el Padre para ser glorificada.
Cristo ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él |
En
otra parte de estos escritos autobiográficos encontramos unas palabras casi
idénticas, pero allí si se hacía una alusión a que, a pesar de desear la muerte,
el momento en que sucediera sería dolorosa: “Cuando esa hora llegue, tú me
maltratarás hasta cuerpo y alma separar, la carne te rechazará, el alma ansiosa
de tu llegada está. Cuando ese momento llegue, el infierno contra mí luchará,
allí en mi defensa la Sagrada Familia estará y de su mano a la eternidad pasará”.
La
muerte de Víctor fue pacífica. Al padecer de alzheimer profundo los últimos
años de su vida, las fuerzas del infierno ya no tenían poder para inquietarle,
y menos los últimos días que los pasó en estado de coma. De repente, al
despertar a la nueva vida, seguro que se encontró con la Sagrada Familia
dándole la bienvenida a la casa del Padre con alegría por lo mucho que había
amado a Jesús, María y José.
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