Institución de la Eucaristía en la Última Cena de Jesús con sus apóstoles |
El
Triduo Pascual comienza con la misa de la Cena del Señor en la que el Señor
Jesús, dio a comer su cuerpo y su sangre a los apóstoles bajo las especies del
pan y del vino instituyendo la Eucaristía, e instituyendo el Sacerdocio al dar
a sus apóstoles y a sus sucesores poder para que lo hicieran en su nombre.
Víctor
celebraba con amor entrañable el don de la Eucaristía y se pasaba la noche
entera del Jueves Santo en su presencia. Un testimonio de su hija Eva es bien
significativo y simpático: “Lo que más me atraía era permanecer a su lado
velando al Santísimo algunas horas durante la noche del Jueves Santo. Me
llamaba mucho la atención verle en silencio, tan recogido en oración, que
llegué en una ocasión a interrumpirle con una curiosidad por mi parte: “¿A
ti te dice algo Jesús, papá? ¿A ti te habla? Él, saliendo de su
recogimiento y sonriendo me contestó: “Tú escúchalo, ya veras lo que te dice”.
Permanecía
así durante toda la noche del Jueves Santo. En la mañana del Viernes Santo se
acostaba un poco y luego volvía a la iglesia, regresando a la hora de comer,
que consistía en su caso en ayunar a pan y agua, no volviendo a tomar ningún
otro alimento hasta el día siguiente”.
Agonía de Jesús en la oración del Huerto de los olivos. |
Pero
nada más terminar la Cena, Jesús partió con sus discípulos hacia el Huerto de
los olivos donde inició su dolorosa Pasión. ¡Cuántas veces quiso Víctor
acompañar a Jesús en este doloroso trance! ¡Cómo sintió en carne propia la
tristeza y angustia de Jesús al enfrentarse a los inminentes sufrimientos de su
pasión! En sus escritos encontramos palabras como estas:
“Angustiada y triste mi alma está. Camino del
Huerto de los Olivos va, para gustar la sangre allí sudada por el infinito amor
de quien sudó. Fortalecido quedé. El camino del Monte empecé. A mi Dios mis
pecados cargué y aun así me pesaron. No sabía por donde empezar. Juan Y Teresa
vinieron y la senda de la nada me enseñaron, que recta a la cima llegaba. Sin
mirar a derecha ni izquierda, recto caminaba. Cuando a la cima llegué, allí
solo a Dios encontré. Mi alma a la cruz se subió. Allí se fusionó abrazada al
Cordero degollado”.
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