sábado, 28 de diciembre de 2019

Habla Víctor. Cuanto quiero en Dios lo poseo.

La Santísima Trinidad mía es y todas las criaturas también



Todo cuanto quiero y deseo en Dios lo poseo.

En estas breves palabras condensa todo lo que a lo largo de sus escritos autobiográficos nos viene diciendo de su experiencia del amor de Dios, que aunque a veces se manifestó de manera oscura y hasta tenebrosa, siempre fue Dios el único capaz de llenarle de felicidad.

¡Cuántas veces repetiría y haría propias las palabras de Santa Teresa: “Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”! En Dios y sólo en Dios encontró todo lo que buscaba y desea. Recordemos sus palabras ya comentadas en otra ocasión:

La Santísima Trinidad mía es y todas las criaturas también. Los cielos míos son. Los ángeles y los santos también. La Santísima Virgen, Madre de Dios, mía es. Las gentes buenas o malas, mías son. Tierra, aire, agua y sol míos son, porque Dios es mío y para mí”.
 
Dios creador de todo lo que existe.

Es casi al pie de la letra una copia de la “Oración del alma enamorada” de San Juan de la Cruz, que Víctor conocía muy bien, de cuyas palabras se sirve para expresar con claridad lo que venía experimentado desde el momento de su conversión, cuando se derrumbaron sus esperanzas en los bienes de este mundo.

Si “Dios es mío y todo para mí”, y Dios es el que ha creado cuanto existe, todo me pertenece. ¿Qué podría buscar o desear fuera de Dios? Su maestro San Juan de la Cruz, convencido de esta realidad, hasta se extasiaba contemplando la belleza de las criaturas, en las que consideraba el paso del Señor que con sólo mirarlas “vestidas las dejó de hermosura”, y hace esta preciosa consideración:

“Aunque otras muchas cosas hace Dios por mano ajena, como de los ángeles y de los hombres, esta, que es crear, nunca la hizo ni la hace por otra que por la suya propia. Y así el alma mucho se mueve al amor de su Amado por la consideración de las criaturas, viendo que son cosas que por su propia mano fueron hechas” (C. Canción 4, 3).


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