La Santísima Trinidad mía es y todas las criaturas también |
Todo
cuanto quiero y deseo en Dios lo poseo.
En
estas breves palabras condensa todo lo que a lo largo de sus escritos
autobiográficos nos viene diciendo de su experiencia del amor de Dios, que
aunque a veces se manifestó de manera oscura y hasta tenebrosa, siempre fue Dios
el único capaz de llenarle de felicidad.
¡Cuántas
veces repetiría y haría propias las palabras de Santa Teresa: “Quien a
Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”! En Dios y sólo en Dios
encontró todo lo que buscaba y desea. Recordemos sus palabras ya comentadas en
otra ocasión:
“La
Santísima Trinidad mía es y todas las criaturas también. Los cielos míos son.
Los ángeles y los santos también. La Santísima Virgen, Madre de Dios, mía es.
Las gentes buenas o malas, mías son. Tierra, aire, agua y sol míos son, porque
Dios es mío y para mí”.
Es
casi al pie de la letra una copia de la “Oración del alma enamorada” de San
Juan de la Cruz, que Víctor conocía muy bien, de cuyas palabras se sirve para
expresar con claridad lo que venía experimentado desde el momento de su
conversión, cuando se derrumbaron sus esperanzas en los bienes de este mundo.
Si
“Dios es mío y todo para mí”, y Dios es el que ha creado cuanto existe, todo me
pertenece. ¿Qué podría buscar o desear fuera de Dios? Su maestro San Juan de la
Cruz, convencido de esta realidad, hasta se extasiaba contemplando la belleza
de las criaturas, en las que consideraba el paso del Señor que con sólo mirarlas
“vestidas las dejó de hermosura”, y hace esta preciosa consideración:
“Aunque
otras muchas cosas hace Dios por mano ajena, como de los ángeles y de los
hombres, esta, que es crear, nunca la hizo ni la hace por otra que por la suya
propia. Y así el alma mucho se mueve al amor de su Amado por la consideración
de las criaturas, viendo que son cosas que por su propia mano fueron hechas”
(C. Canción 4, 3).
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