No
es necesario ser sabios para saber orar. Solamente en silencio estar y abrir el
corazón de par en par. Así descubrimos nuestra alma a la Santísima Trinidad y
de su infinito amor nos llenará.
El
conocimiento de Dios y la experiencia del amor misericordioso de Dios no se
consiguen a través de la sabiduría, sino a través de de la sencillez y de la
humildad. Así lo expresa claramente Jesús cuando exclama: “En aquel momento,
con la alegría del Espíritu Santo, exclamó: Bendito seas, Padre, porque has
ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente
sencilla. Si, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. Mi Padre
me lo ha enseñado todo. Quién es el Hijo, lo sabe sólo el Padre. Quién es el
Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”
(Lc 10, 21-22).
Más
claro no se puede decir. Dios se manifiesta plenamente a la gente sencilla, a
la que se pone en su presencia con confianza para escucharle, amarle y seguirle,
lo que les resulta difícil a los sabios, acostumbrados a fiarse de sus
conocimientos y de sí mismos.
En
unos consejos a su hija Begoña, que le había pedido la escribiese algo sobre la
oración, la dice que no es necesario reflexionar mucho ni tener conceptos muy
elevados de las cosas espirituales, sino que lo esencial es ponerse en
presencia del Señor y estar junto a Él en actitud de amor.
Santa Teresita del Niño Jesús, maestra de oración sencilla. |
Es como
oraba Santa Teresita del Niño Jesús, que actuaba como los niños que no saben
expresarse bien, pero que se dan a entender muy bien a sus padres: “Digo
sencillamente a Dios lo que quiero decirle, y siempre me entiende”.
Para Santa Teresita la oración es sencillamente el trato natural y espontáneo
de un hijo con el mejor de los padres. Ajena a toda metodología, para orar no
necesitaba seguir los pasos señalados por muchos maestros de oración para
encontrarse con Jesús, sino que brotaba con sencillez y naturalidad de su
corazón enamorado y agradecido.
Para
este modo de orar no se necesitan muchos conocimientos, sino mucho amor, y eso
es lo que experimentó Víctor a lo largo de su vida. Por eso se pasaba tantas
horas en silencio al lado del Amado, donde simplemente ponía en práctica el
consejo de Santa Teresa: “Mira que te mira”. La simple mirada de
amor es la mejor oración.
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