miércoles, 11 de diciembre de 2019

Habla Víctor No es necesario ser sabios para orar



Personas sencillas en oración.

No es necesario ser sabios para saber orar. Solamente en silencio estar y abrir el corazón de par en par. Así descubrimos nuestra alma a la Santísima Trinidad y de su infinito amor nos llenará.

El conocimiento de Dios y la experiencia del amor misericordioso de Dios no se consiguen a través de la sabiduría, sino a través de de la sencillez y de la humildad. Así lo expresa claramente Jesús cuando exclama: “En aquel momento, con la alegría del Espíritu Santo, exclamó: Bendito seas, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien. Mi Padre me lo ha enseñado todo. Quién es el Hijo, lo sabe sólo el Padre. Quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10, 21-22).

Más claro no se puede decir. Dios se manifiesta plenamente a la gente sencilla, a la que se pone en su presencia con confianza para escucharle, amarle y seguirle, lo que les resulta difícil a los sabios, acostumbrados a fiarse de sus conocimientos y de sí mismos.  

En unos consejos a su hija Begoña, que le había pedido la escribiese algo sobre la oración, la dice que no es necesario reflexionar mucho ni tener conceptos muy elevados de las cosas espirituales, sino que lo esencial es ponerse en presencia del Señor y estar junto a Él en actitud de amor.

Santa Teresita  del Niño Jesús, maestra de oración sencilla.

Es como oraba Santa Teresita del Niño Jesús, que actuaba como los niños que no saben expresarse bien, pero que se dan a entender muy bien a sus padres: “Digo sencillamente a Dios lo que quiero decirle, y siempre me entiende”. Para Santa Teresita la oración es sencillamente el trato natural y espontáneo de un hijo con el mejor de los padres. Ajena a toda metodología, para orar no necesitaba seguir los pasos señalados por muchos maestros de oración para encontrarse con Jesús, sino que brotaba con sencillez y naturalidad de su corazón enamorado y agradecido.

Para este modo de orar no se necesitan muchos conocimientos, sino mucho amor, y eso es lo que experimentó Víctor a lo largo de su vida. Por eso se pasaba tantas horas en silencio al lado del Amado, donde simplemente ponía en práctica el consejo de Santa Teresa: “Mira que te mira”. La simple mirada de amor es la mejor oración.


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