sábado, 7 de septiembre de 2019

Habla Víctor. Alegría al oír hablar de Dios.

Sacerdote hablando de los misterios cristianos.

Desde el inicio de mi conversión, cómo me alegraba y sacaba provecho cuando me hablaban de Dios. Pues de pronto todo fue al revés. Aunque no me molestaba que de Él me hablaran, a mí no me decía nada. Me hacía pensar que podía ser demoníaco. El mismo autor (San Juan de la Cruz) me aclaró que por fe, tan alto sentía de Dios, que todos chico me le dejaban. Las que siempre me fueron provechosas fueron las Sagradas Escrituras y la doctrina de la Iglesia.

Curiosa la experiencia de que nos habla Víctor de pasar de una gran alegría cuando le hablaban de Dios a una total indiferencia, y que las edificantes conversaciones no le movieran a sentir más amor a Dios. Era normal que ese cambio tan brusco le preocupase y le hiciera pensar que se trataba de algo provocado por el demonio para alejarle de Dios, pero pronto cayó en la cuenta de que no era nada demoníaco, sino debido a que lo que le decían de Dios, por muy bueno que fuera, era insignificante ante la inmensa grandeza y belleza de Dios. Entonces, guiado una vez más por San Juan de la Cruz, recapacitó que no es el conocimiento sino la fe teologal la única que nos habla y nos muestra a Dios tal como es. Las palabras de San Juan de la Cruz son contundentes:

 Víctor en el locutorio de Sabarís hablando de cosas santas.


Es tanta la semejanza que hay entre la fe y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído. Porque, así como Dios es infinito, así la fe nos le propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos lo propone ella Trino y Uno; y así como Dios es tiniebla para nuestro entendimiento, así ella también ciega y deslumbra nuestro entendimiento. Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto, cuanto más fe el alma tiene, más unida está con Dios” (2 Sb. 9, 1).

Predicador proclamando la palabra de Dios en una procesión.


Víctor, que ya había pasado la “noche oscura” y había purificado su entendimiento, memoria y voluntad mediante las tres virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, se dio cuenta de que son estas tres virtudes las que nos muestran a Dios tal cómo es, y que todo lo que de Él podamos conocer o sentir mediante el conocimiento, la memoria y la voluntad, está muy lejos de esa realidad.

Víctor, no solamente había leído en San Juan de la Cruz, sino también experimentado en sí mismo que, “es tanta la semejanza que hay entre la fe y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído”.

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