Eva muy joven con tres sobrinos. |
Sabes
la satisfacción que tu llegada nos deparó, sobre todo después de tu
crecimiento. Aunque era retraída no por ello dejabas de de participar en las
alegrías que manifestamos día a día viéndote crecer, unida a nosotros más que
ninguno de vuestros hermanos. Pero la mayor alegría fue cuando nos manifestaste
el deseo de ser carmelita; por mi parte me sentí tan halagado, que nada que
hubieses hecho en el mundo se puede comparar con la gracia de participar toda
tu vida en el amor infinito que Dios te da. (Vida… Pag. 86).
Eva
fue la última hija de Víctor y ya se sabe el cariño que se suele tener con el
más pequeño y especialmente si es hembra, pues en ella se deposita la esperanza
de ser bien atendidos en la vejez, más que en los mayores.
Víctor y Asunción con sus 7 hijos. Eva es la del centro con las manos como en oración. |
De
carácter retraído, como dice su padre, era obediente y responsable tanto en sus
estudios como en las cosas que se la pidiera para ayuda del hogar. Por otra
parte fue la que más unida estuvo a sus padres hasta el momento que decidió
ingresar en el monasterio de Sabarís como religiosa carmelita. Todo esto sería
motivo de dolor para cualquier padre, pues una decisión de ese tipo suponía un
alejamiento definitivo del hogar paterno al que no regresaría ni para acompañar
a sus padres en la hora de la muerte y a la que solamente en determinadas
ocasiones podrían visitar por tratarse de un monasterio de estrecha clausura. Ya
no volverían a abrazar ni besar a su hija sino solamente hablar separados por
las rejas del locutorio.
Sin
embargo para Víctor, como dice, fue la mayor alegría de su vida. ¿Por qué? Pues
porque no era egoísta y como amaba entrañablemente a su hija, prefería su
felicidad a la propia y deseaba para ella lo mejor, que era su felicidad en
esta vida y garantía de su felicidad para siempre. Ese es el verdadero amor, el
que es capaz de sacrificarse por el bien de la persona a quien ama de verdad,
aunque para ello tenga que privarse de su presencia.
Eva con el hábito de postulante en las Carmelitas de Sabarís. |
Seguro
que humanamente le dolió la separación de su hija sobre todo al saber que una
vez que ingresara en la clausura del convento ya no podría ni siquiera darla un
beso y que tendría que limitarse a verla y charlar con ella a través de una
reja, como era el estilo de las Carmelitas. Todo su dolor por la separación
quedaba más que compensado al ver que una de sus hijas se consagraba por entero
a Dios, el único capaz de darla la felicidad aun en esta vida.
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